20 mar 2012

El salario no es un coste

Las llamadas “políticas de oferta”, en las que se centra la ideología económica de los actuales gobiernos, imponen entre otras cosas la reducción de costes empresariales como forma de ganar competitividad, pero al contabilizarse como costes los salarios de los empleados, aplicar estas políticas es como convertir la reducción de salarios en objetivo de la economía. ¿No debería ser al revés, que la política económica buscase lo que dice buscar, es decir, la prosperidad general de la población?

Artículo 128.1 de la Constitución española: Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general.

Decir que el salario no es un coste parece académicamente insostenible, y sin embargo ¿qué lógica tiene un sistema económico cuyos métodos pasan por el empobrecimiento de la mayoría de las personas? ¿Acaso puede ser ese un objetivo económico deseable? Se entiende que un empresario lo considere un coste pero ¿qué sentido tiene que el gobierno adopte esa forma de valorar los salarios? No todos podemos ser empresarios. Por mucho que todo el mundo lo quisiera, el mercado sólo admite un número limitado de empresas. ¿Cómo puede un gobierno considerar un coste el salario de sus ciudadanos? ¿Cuál es su objetivo económico entonces?

No tiene sentido que lo que constituye el objetivo general de la economía, el aumento de la prosperidad de los ciudadanos, sea considerado a la vez un coste a minimizar. Es absurdo que el objetivo sea a la vez un coste. No se puede mejorar lo que se intenta eliminar. Es un despropósito decir que la contención salarial es necesaria para mejorar nuestra economía, que empobrecernos nos hará prósperos. Una vez más, los medios delatan el fin que se persigue. La patraña de la “moderación salarial” (entre el desenfreno de la especulación) sólo se sostiene si el objetivo es otro distinto al declarado.

La economía de una sociedad ha de entenderse como una gran cooperativa, y la política económica ha de estar más allá de los intereses parciales de los agentes del mercado. No debe alinearse con los intereses de los empresarios en contra de los demás. Su base social, su accionariado, es el conjunto de la población -no confundir con su media-.

¡Pero si son precisamente los empresarios quienes crean empleo!, dirá algún embebido de papel salmón. Sin embargo no hay que olvidar -aunque hoy día llegue a sonar extraño- que el empleo no es ningún bien si no es justamente remunerado, que no debemos dar las gracias por que nos elijan a qué dedicar nuestras capacidades sino cobrar por ello tanto como podamos, que el progreso económico pasa precisamente por cobrar más, no menos, una obviedad que los señores de la oferta quieren borrar de nuestro entendimiento a base de suplantar el lenguaje de la economía con el lenguaje de sus intereses económicos concretos.

Son precisamente los salarios los que consumen y con ello crean empleo (y beneficios). El empresario no crea la demanda. El talento del empresario sólo decide quién de ellos será el que se lleve el beneficio, el que cobre lo que puedan consumir los salarios. Trabajar más por menos dinero hará que trabajemos menos personas y con menos consumo. No se entiende que los empresarios que viven de las ventas locales apoyen políticas de reducción generalizada de salarios. Lo que ahorren en salarios hoy lo perderán en ventas mañana. Deberían escribirlo mil veces: el salario crea empleo (y beneficio). No es lo mismo la gestión económica de la empresa que la del conjunto de la sociedad de la que vive esta. El caramelo fácil e irresponsable de estas políticas lo pagarán caro en breve.

La reducción salarial generalizada, facilitada por la competencia global, acabará por reducir drásticamente el consumo, las ventas, las ganancias y el empleo de las empresas que no exporten, que son la mayoría. Las políticas actuales son contradictorias y sus adalides no son capaces de ofrecer una solución a su propia contradicción. Algunos admiten la dificultad económica a la que nos avoca este requerimiento de competitividad vía salarios que contrae la demanda interna, pero sólo son capaces de responder, con una acomodaticia resignación, apelando a una futura posibilidad de obtener así ventajas competitivas en el “difícil entorno global” que ellos mismos promovieron. Pero mientras la ampliación de la oferta que crearía empleo es sólo un futurible, la miseria creciente entre el beneficio de los que ya son ricos es un presente legalmente protegido.

Quien promueve esta forma de competir no tiene en mente los intereses de la población sino las oportunidades de la multinacional que le paga -o le pagará- a costa de la prosperidad de los trabajadores y a costa de la economía de su propio país. La coartada que hace posible ese engaño es la permisividad con que ahora se tolera la competencia de sistemas legales esclavistas, es decir, la globalización de la competencia sin una paralela globalización de las normas que la regulan y sin penalizar las formas de producción degradantes con los trabajadores y con el medio ambiente lejanos.

La competitividad y su fiel escudera la flexibilidad, admirada por las élites económicas que se benefician de ella y aclamada por sus esbirros mediáticos, se ha convertido en una virtud inexpugnable ante la educación masiva en este concepto. Pero una cosa es poder elegir a los empleados disponibles para un puesto en función de su adecuación al mismo y otra muy distinta poder hacerlo en función de lo que estén dispuestos a ceder en su nómina. La competitividad implica entre otras cosas la reducción de costes tanto como sea posible, y en un marco de competencia en el que se permite que el mismo trabajo no valga el mismo dinero para distintas personas, en el que se admite que una hora de vida tenga distinto valor en función del origen del trabajador, o en función de cuál sea su sexo, o dependiendo de si en su empresa existe o no convenio, en un entorno así, el salario pagado puede pasar a ser un factor de competitividad, se convierte en un suculento pastel de ahorro para el empresario, se trata como un mal a eliminar, se convierte en un coste, se pervierte su sentido.

Si las normas laborales fueran iguales en todo el ámbito de libre comercio, no sería posible obtener ninguna ventaja competitiva de la reducción salarial. Así la gestión económica del estado no tendría por qué considerar los salarios como costes sino como lo que son: la retroalimentación del sistema necesaria para que este siga funcionando, y un regulador de los flujos de riqueza y de redistribución de la misma. Pero la idolatría de la competitividad global deja a los estados convertidos en subcontratas de las multinacionales, sometidos al interés de los mercados, y sus ciudadanos deben darlo “todo por el rating” de las agencias de calificación, entregar su vida por los beneficios y velar por la cotización bursátil de las corporaciones.

La mera aceptación del término “competitividad” -y su “flexible” acompañante- no deja de ser una derrota, pero su más dañino efecto viene dado por el hecho de que sea legalmente posible considerar los salarios como costes y ganar competitividad mediante la reducción de sueldos, eligiendo a quien menos cobre por el mismo trabajo. Admitiendo que es partir de una derrota parcial, la pregunta podría ser ¿cómo podemos desvincular los salarios de los costes empresariales?

Si dejamos que sea el mercado el que se encargue de esta tarea, con reformas laborales a su favor, la única vía es la simple y directa eliminación de sueldos tanto como sea posible para sobreponerse a la competencia. Y teniendo en cuenta la enorme cantidad de personas sin empleo ni dinero dispuestas a trabajar, eso significa que vamos a trabajar prácticamente a cambio de la comida y endeudados. En todo el mundo. Más aún si tenemos en cuenta el creciente paro tecnológico que va conquistando terreno también al sector servicios. Otro efecto de esto es que sólo las clases rentistas podrán comprar más allá del consumo de subsistencia, con la consiguiente reducción generalizada también en la oferta -cierre de multitud de empresas-. Sumidos en su propia lucha por el mercado, los propietarios serán cada vez menos y más poderosos, encaminándose la producción hacia el mercado del lujo -actualmente en auge-, y la economía, hacia una plutonomía en la que sólo se produce para los ricos entre la miseria servil de los demás.

La alternativa consiste en que todos seamos partícipes de los beneficios del nuevo capital, partícipes del resultado económico, (ya que cada vez se valora menos la aportación laboral), y sin necesidad de aportar un capital previo. Ser beneficiarios del sistema económico conjunto ha de considerarse un derecho subjetivo. ¿Acaso no está justificado? No sólo tiene fundamento jurídico en la constitución y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, (artículos 22 a 25), sino que además es de justicia: si hoy por hoy el capital puede ser tan productivo es por el aprovechamiento que hace de todo el trabajo y de toda la investigación del pasado, en gran medida financiados con presupuestos públicos, con dinero y esfuerzo de todos. En las últimas décadas se han ido abandonando diversas formas de participación en la riqueza con las bajadas de impuestos al capital, con las privatizaciones, con las reformas laborales y con los recortes de servicios públicos. Si aceptamos como punto de partida el nuevo contexto de intocable competitividad, la única opción pasa por diversificar las fuentes de nuestros ingresos.

Necesitamos una participación estable en los beneficios agregados de la economía, suficiente como mínimo para hacer estable una subsistencia digna. Un salario social, partiendo de una renta básica pero que no tiene por qué quedarse en eso, debe ser la retribución económica que todo el mundo reciba de la cooperativa formada por la sociedad en su conjunto, con independencia de su situación laboral. Los impuestos a los beneficios deben financiar siempre esto, y no debe ser entendido como subsidio sino como un derecho, una justa herencia y una justa retribución a la sociedad por parte de quienes están en posición de beneficiarse más del sistema, equivalente al derecho al dividendo que se reconoce a los accionistas. Quien además de cobrar el salario social tenga éxito económico en el mercado, ya sea como trabajador o como inversor, ganará más que ese salario social.

A cambio de la flexibilidad que nos han impuesto debemos exigir como mínimo que nadie quede excluido de una vida digna, incluyendo renta básica, vivienda y prestaciones como sanidad y educación iguales para todos. Eso que ha venido en llamarse “flexiseguridad” aquí se ha convertido en “flexitimo” olvidando toda seguridad. Sin embargo seríamos muy malos negociadores frente a los profesionales del negocio que han tomado la política si nos conformáramos con esto y no exigiéramos, más allá, que nadie quede excluido del reparto de beneficios derivado de la producción conjunta de la sociedad.

Nuestros ingresos no deben ser tenidos por un coste sino que su incremento debe ser precisamente el objetivo de la economía. El salario social puede ser el medio para ello, (junto a una verdadera promoción de los bienes comunes), con la ventaja de que no puede computarse como coste empresarial, el trabajador no necesita negociarlo en inferioridad de condiciones frente al empleador. Además esto facilitaría un reparto del trabajo sin quebranto económico para quienes reduzcan su jornada. Los actuales gobernantes hacen incuestionables los beneficios flexibilizando para ellos todo lo demás -medio ambiente, salario, condiciones laborales-. Va siendo o hora de establecer las prioridades: flexibilizar los impuestos a los beneficios tanto como sea necesario para preservar un empleo repartido y una vida digna para todos. Lo que en general hace falta es un gran “flexireparto”.

Por supuesto el dilema vuelve a surgir en la misma estrategia patronal: la competencia fiscal entre sistemas legales que comparten un mismo ámbito de libre comercio. Resulta difícil exigir a los beneficios -a los descomunales beneficios de los grandes propietarios- la financiación del salario social si a la vez hemos de competir en impuestos bajos en un mercadillo de naciones. Permitir el modelo del actual gobierno irlandés lleva a que todos tengamos que rebajar los impuestos como Irlanda para estar en igualdad de condiciones. Y los paraísos fiscales impiden una justa fiscalización de los volátiles capitales. Son estos desequilibrios legales los que han hecho que las políticas de oferta parezcan ser adecuadas. Al igual que en el caso del trabajo, sin esa desigualdad en las leyes, las rebajas fiscales no podrían marcar ninguna ventaja competitiva, y perdida esa coartada, quedaría patente el destino al que nos llevan estos medios (estas políticas): una creciente desigualdad social. ¿Es un dilema insalvable? Hay que matizar que Suecia, el país con mayor presión fiscal y con mayor proporción de economía pública de la UE, es uno de los más competitivos del mundo.

En realidad las soluciones son fáciles de entender. La crisis financiera que provocó la debacle económica, que luego mutó a crisis presupuestaria por falta de ingresos del estado, desembocando en una crisis social, debe resolverse mediante una “crisis tributaria“ sobre la riqueza. Pero es precisamente la fuerza de los mayores interesados la que complica todo, empezando por los argumentos que predominan en sus medios de comunicación, que son casi todos. De hecho, si las leyes favorecieran el aumento de los ingresos ciudadanos, (salario social, servicios públicos y bienes comunes), la recuperación económica sería tan fuerte que no debe aplicarse sin tener en cuenta el otro gran problema al que nos enfrentamos en nuestros días: calentamiento global, deforestación, extinción masiva de especies, crisis energética... A medida que la capacidad de consumo se recupere, se deberían imponer -no sugerir- criterios como el reciclado integral -cradle to cradle- o la reducción de emisiones hasta eliminar nuestro impacto ambiental, o mejor aún, hasta recuperar tanto como se pueda la destrucción llevada a cabo en los últimos siglos.

Y viceversa, es muy difícil que puedan aplicarse esos criterios de producción más exigentes y caros sin un reparto justo de la riqueza de modo que puedan pagarse esos sistemas más limpios sin que supongan una mayor exclusión social. Los salarios bajos presionan hacia un abaratamiento de la producción antiecológico además de esclavista. El consumismo es una especie de ludopatía que en realidad no sería tan destructiva para el medio ambiente si pudiera prohibirse cualquier forma de producción no reciclable -ahí es nada-, y si los costes de reciclado estuvieran incluidos en el precio del producto consumido, (nada que ver con el maquillaje verde de la RSC). Algo tan lejano en esta economía dependiente del petróleo que no quedará más remedio que reducir mucha producción superflua. Pero  como no se reparte ni la riqueza ni el empleo sino que su escasez se mantiene artificialmente, “nos vemos obligados” a cometer barbaridades ambientales con las excusas de generar nuevo empleo y de abaratar precios, y sin considerar como coste esa degradación de bienes comunes. El resultado es que el verdadero coste no se contabiliza como tal y sin embargo se considera coste precisamente el salario cuyo aumento debería ser el objetivo de la economía, y que ahora se deja al albur de lo que puedan dar de sí unos mercados a los que no se puede negar nada.

Esos mercados están ya dominados por los señores de la oferta y por tanto viciados por su poder: ni siquiera funcionan como mercados ya que las políticas que favorecen a los oferentes ahogan el otro lado de todo mercado, la demanda. Así, entre otras cosas nos exigieron la suspensión de las propias normas del mercado para rescatar a quien no lo necesitaba, a quien provocó la crisis, a quienes crean y controlan el dinero especulativo, como si sus entelequias monetarias fabricaran la verdad. Podemos aumentar la masa monetaria hasta el infinito a base de anotaciones contables e impresión de papel moneda, pero no por ello va a aumentar la riqueza real, el conjunto de bienes disponibles. Más bien al contrario, como actualmente ese dinero sólo se otorga mediante crédito, la economía real acaba estrangulada por la necesidad de devolver intereses crecientes y por las "ejecuciones" hipotecarias. Lo que sí es determinante es la proporción con la que participamos en esa masa monetaria, la forma de distribuir las participaciones en la riqueza. En el mundo hay más dinero anotado que riqueza real pero hay más de esta última que necesidades. La redistribución de la riqueza es el único incentivo que puede generar nuevo empleo, a través del consumo y de la inversión pública, y también el único incentivo que puede hacer viable una producción menos degradante con el medio ambiente y con las personas, al permitir límites ecológicos a esa producción, y al hacer posible el reparto del empleo restante.

Decir que el salario no es un coste supone pronunciar un anatema porque los empresarios se han apropiado del lenguaje de la economía y de sus significados. Obténgase el modo de desvincular el salario de la competitividad -ya sea mediante una equiparación global de convenios y el reparto del trabajo, o por medio del salario social y la equiparación fiscal- o nos conducimos inexorablemente hacia una plutonomía esclavista y medioambientalmente desastrosa.

El salario no es un coste sino el objetivo de la organización económica, (aumentar la prosperidad general). Si el trabajo deja de ser un medio para redistribuir la riqueza, si la empresa privada reniega de esa responsabilidad, habrá que buscar alternativas, porque esa redistribución es la única salida: exijamos un salario social. “¡Así se desincentiva el esfuerzo!dirá el empresario (aunque jamás diga que los beneficios insultantes y los sobresueldos banqueros puedan desincentivar a los patronos). Pero si lo que preocupa es poder orientar el esfuerzo ciudadano, hay otra forma menos idiota de hacerlo que crear artificialmente un amenazante y cruel pozo de miseria: algo tan simple como que el salario que cobre quien trabaja sea mayor que el cobrado por quien no trabaja. La miseria y el miedo a la misma sólo conseguirán debilitarnos en todos los sentidos minando con ello el futuro.

¿Por qué habríamos de mirar con recelo que las nuevas generaciones tengan mejores condiciones de partida? ¿No mejoraría eso sus opciones vitales? ¿No consideramos que tiene más opciones quien se cría en una familia próspera o acaso los empresarios desheredan a sus hijos y les obligan a vivir en la miseria para “estimularles”? ¿No ocurre también para el conjunto de la población que proporcionar, por ejemplo, buenos recursos educativos gratuitos y ayudas -no créditos- al estudio mejoraría las opciones del país? ¿No estamos arruinando ya el futuro asociado con la investigación y la ciencia por obstinarnos en esta política roñosa?

No podemos llegar a una sociedad mejor si no elevamos nuestras expectativas. Debemos aspirar a tener más tiempo libre, más fácil acceso al conocimiento y seguridad económica de partida. No se puede perseguir una vida mejor si a la vez tenemos que sentirnos culpables por querer librarnos de la esclavitud laboral. Actualmente se dificulta el acceso a bienes básicos para obligarnos a un productivismo que, lejos de llevarnos hacia un mundo más esperanzado, resulta degradante para el medio ambiente y para las personas. La actual cicatería de la política económica debería pasar a ser una rémora del pasado como las represiones de otras épocas.

Hoy día hemos llegado a un punto en que casi parece que fuera una inmoralidad querer cobrar un sueldo a cambio del trabajo mientras se acepta o incluso se admira ganar mucho dinero como rentista especulador, (perdón, como “inversor). Pero si tenemos en cuenta la empresa económica común de la sociedad, lo que realmente resulta un coste inasumible es la falta de moderación de los beneficios y sobre todo de los especulativos, los que se basan en la simple compraventa de activos y no en la inversión productiva, los que supeditan la sociedad entera y la vida misma a la cotización bursátil a corto plazo. Va siendo hora de exigir flexibilidad a la riqueza, reformas a su tributación, ajustes a los mercados y austeridad a los beneficios.

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38 comentarios:

Camino a Gaia dijo...

Excelente análisis económico. La falla, a mi modo de ver, está en no considerar la economía real y sus límites. Sin crecimiento económico el sistema capitalista se convierte en un monstruo que fagocita a sus propios hijos.
A su vez, un análisis económico que se base en precedentes históricos no tiene en cuenta algo muy elemental: nos encontramos en una situación única en la historia de la humanidad. No hay precedentes salvo los colapsos de civilizaciones que cayeron en el olvido justo cuando se encontraban en su máximo esplendor. Pero ninguna de ellas tuvo carácter planetario que sepamos.

Si buscamos alguna referencia histórica deberíamos ir al origen de la globalización, como se diseñó y por qué se hizo así. Si vamos a la economía real veremos que EEUU tuvo su pico del petróleo en 1972 lo que generó una tremenda crisis. El imperio necesitaba diseñar un modelo económico, un nuevo orden, que le permitiera apropiarse en condiciones ventajosas de cualquier recurso natural que existiera en el planeta, especialmente el petróleo.
Las guerras podían son caras y podía llevar a la destrucción del recurso del que pretendían apropiarse.
Y de ahí la globalización, el neoliberalismo y la mano invisible de los mercados con sus sicarios económicos, su terrorismo de Estado, sus premios Nobel a la escuela de Chicago y toda su parafernalia mediática.
Los que han provocado todo esto ya conocían el desenlace para el conjunto de la población.

Javier Ecora dijo...

Así es. El mercado libre no tiene en cuenta la plaza sobre la que se asienta, el aire que la hace posible o el pueblo que construyó y mantiene la plaza. Y cuando el mercado crece demasiado no es ni mercado: los señores de la oferta, que lo son por su especial instinto egoísta, controlan todas las variables para cobrar intereses crecientes a costa de lo que sea y de quien sea. En contra de los prejuicios divulgados, un modelo basado en el egoísmo no es un modelo realista. El egoísmo no es interesante; es lo que parece, un desastre humano, una forma pueril de abordar la realidad. Necesitamos una mayoría social que exija cambios de fondo y pueda poner límites a esta tropa de bárbaros adinerados que sólo tienen ojos para el precio posible hoy y no para el valor estructural, quemando las tablas del barco para que siga avanzando.
La posible salida, (cada día más estrecha), estaría precisamente en cambiar el modelo económico, puesto que es este el que provoca el desastre. El nuevo modelo económico debe concebirse por encima o más allá de la idea de mercado, regulando unos límites y unas condiciones de producción que no puedan vulnerarse con la disculpa del crecimiento necesario: en tanto no haya crecimiento sin impacto, ha de repartirse lo disponible. A diferencia de lo que ocurre hoy, ideales y principios no deben ser algo ajeno a la economía sino precisamente el modo de valorar aquello que, siendo fundamental para la vida y su progreso, no puede estar recogido en los cálculos del precio libre. El marinero que vende las tablas del barco a un fogonero que haya sido presionado por el patrón puede que consiga un precio razonable por ellas, pero en ese precio no estará incluido el valor de mantener el barco a flote.
Repartiendo el trabajo y su fruto flexiblemente, en función de la situación de cada momento, de modo que nadie quede excluido, no necesitaríamos aceptar cualquier forma de degradación (humana o medioambiental); podríamos decir que no a muchas cosas, como individuos y como sociedad. Lo que no sé es si “posibilidad” puede implicar “esperanza”, al menos de paliar en lo posible el desastre.

Jose Martinez de Aragon dijo...

Impresionante analisis de la situacion economica, social y medioambiental actual. Querria felicitar al autor por su lucidez, inspiracion y elocuencia.
Espero que alguien tenga la audacia de empezar a caminar en esta direccion. Creo que habria un periodo de transicion, durante el cual el Estado podria ofrecer ayudas a las empresas que cumplan con una serie de requisitos sociales y medioambientales, incluso podria actuar de garante en caso de quiebra, y rescatar a la empresas afectadas. Que es precisamente lo que ha sucedido con el sector financiero, aunque en este caso este libre de toda responsabilidad hacia la sociedad. En este periodo transitorio, las empresas responsables estarian homologadas por el Estado, y recibirian una especie de sello distintivo. Asi, si por ejemplo una persona desease abrir una cuenta bancaria, tendria la opcion de elegir un banco con contrato de responsabilidad, o sin este. Y sabria que eligiendo este ultimo, si su banco quebrase, perderia sus ahorros. De la misma forma, un empresario que dirija un cafe, por ejemplo, podria elegir entre ir por libre o acogerse al contrato de responsabilidad con el Estado. A corto plazo quiza piense que ir por libre es mas rentable, ya que no tendria que ofrecer un salario digno y una jornada laboral razonable, o llevar su negocio cuidando de la calidad de su producto y el medio ambiente. Sin embargo, tambien sabria que si las cosas fuesen mal, no tendria derecho a ningun tipo de asistencia por parte del Estado. Y es posible que el cafe pierda clientes que deciden ir a otro cafe con "sello de responsabilidad". Asi, quiza se podria crear un efecto domino que facilitase el paso hacia un modelo que se asemeje al que Ecora propone.

Javier Ecora dijo...

@ Jose Martinez de Aragon

Gracias por el comentario. Lo que propones equivale a que sea el estado el que determine la Responsabilidad Social Corporativa en lugar de que esta sea una mera opción voluntaria, un mero maquillaje comercial siempre insuficiente. Sería una buena forma de que el estado marcara una pauta cualitativa en el sistema productivo, ahora totalmente alienado por el incremento de una media, el PIB, ajena al sufrimiento de la parte excluida. De hecho se sirve de esta exclusión para presionar hacia una mayor cantidad a costa de lo que sea. ¿Es eso prosperidad? Recomiendo la lectura del libro de Tim Jackson “Prosperidad sin crecimiento” en el que se cuestiona con rigor ese concepto de prosperidad basada sólo en la acumulación y se apuntan soluciones macroeconómicas alternativas. Cada vez más voces apuntan en este sentido, porque el sistema actual premia precisamente a quien más costes externaliza, a quien más problemas causa al medio ambiente y a la cohesión social para lograr con ello una competitividad ficticia, no basada en el incremento de las capacidades sino en la degradación de las normas que protegen el bien común. La propuesta de la Economía del Bien Común - http://www.economia-del-bien-comun.org/ - quizá sea la que mas eco está teniendo en la práctica. Pero en cualquiera de los casos, todo depende de conseguir suficiente masa crítica de ciudadanos que lo comprendan y lo exijan a través de la acción política. Porque el estado actual no se plantea nada de esto. Está al servicio de los actuales caciques. Como explica Jared Diamond, uno de los factores que inciden en el colapso de las civilizaciones es el enrocamiento en el poder de las élites que no tienen ningún interés en cambiar lo que les favorece.

De momento sólo podemos actuar eligiendo las alternativas que sí son realmente responsables, (banca ética, cooperativas de consumo energético y agroecológico, transporte público, software libre,... http://mecambio.net/). Algunas incomodidades pueden entenderse como una forma de activismo en realidad muy leve si tenemos en cuenta las dificultades a las que se ven sometidos muchos activistas en el mundo, como bien refleja Amnistía Internacional. Pero, como en el caso de la acción del estado, para que esto suponga un verdadero cambio también será necesaria una concienciación mayoritaria.

Aprovecho para enlazar esta campaña de recogida de firmas (en marcha hasta fin de año) por una Renta Básica en toda Europa: http://basicincome2013.eu/ubi/es/

Un cordial saludo.

Anónimo dijo...

He leído tu artículo de forma rápida y me gustaría matizar ciertas apreciaciones que no comparto:

1) El salario sí es un coste. Y la mejor forma de demostrártelo es hacer notar que incluso aquellos que niegan que lo sea son reacios a contratar mis servicios a un precio desorbitado, por ejemplo de 100 euros hora. Te animo a ello. Dudo que encuentres una actividad en la que te resulte rentable contratarme a dicho coste sin que salgas perdiendo dinero.

2) El salario es un coste pero ello no quiere decir que los economistas no les preocupe la desigualdad y los bajos salarios. Recuérdese que uno de los tres objetivos de la política económica es la equidad. Y la mejor forma de alcanzarla no es fijando sueldos imposibles (que provocarían que los trabajadores no encontrasen trabajo y aumentse la desigualdad) sino a través del sistema fiscal.

3) El modelo sueco se basa precisamente en eso: política de rentas para garantizar salarios adecuados y un sistema fiscal progresivo que le convierte en uno de los países mas igualitarios del mundo. También toman otras medidas de sentido común: formación para incrementar productividad y salarios y una buena gestión de su política de demanda agregada.

Un saludo.

Javier Ecora dijo...

Hola anónimo

Te recomiendo una lectura más profunda del texto porque verás que estamos de acuerdo en gran parte de lo que dices. Aun así voy a negarte la mayor, que el salario sea un coste.

(Voy a suponer que eres un trabajador para explicarme mejor). ¿De verdad para ti tu salario es un coste? ¿Por que no renuncias a él entonces? ¿Por qué no pides que te lo rebajen a la mitad si tanto te cuesta? Digo yo que para ti el salario será un beneficio, y lo que para ti supone un coste es el beneficio empresarial, sobre todo el que se reparte como dividendo y ni siquiera se reinvierte en la empresa. Del otro lado, está claro que para el empresario tu salario sí es un coste, y para él los beneficios son eso, beneficios. Pero que estos últimos no los considere costes a minimizar no quiere decir que pueda multiplicarlos tanto como se le antoje. Yo no pagaré cualquier precio por mucho que no los considere costes. Intentará maximizarlos pero tendrá que adaptarse a lo posible en la realidad económica. De igual modo tú tendrás que adaptarte a lo posible en esa realidad si quieres maximizar tus beneficios, tu salario. Pero mal empezamos si tu propio salario lo consideras un coste, para ti o para la sociedad. ¿Es el salario un coste para el conjunto de la sociedad? ¿Por qué hemos externalizado a toda la sociedad el lenguaje empresarial y con él sus conceptos? ¿Acaso no es el beneficio exagerado de cada vez menos lo que nos está suponiendo un coste conjunto inasumible, esos beneficios que luego se dedican a la especulación financiera global, según la "moda" contemporánea? 

Sigamos viendo las implicaciones de esta manipulación conceptual. Tu salario, como el dividendo, dependerá de muchos factores y entre ellos la regulación que establezca el gobierno. ¿Cómo ha de considerar el gobierno los salarios? Ah, que el gobierno no puede decidir eso porque hay competencia global y sólo puede adaptarse a ella. Vale, entonces no tenemos gobierno. Para algunas cosas no tenemos gobierno. Para el ámbito en el que funcionan los mercados hoy día no hay nadie con capacidad efectiva para decidir, por ejemplo, que a igual trabajo corresponda igual salario. Así las sociedades de mercado son sujetos de mercadeo: la competencia se centra en las regulaciones, se compite a la baja con las reglas de los diferentes "tableros" legislativos en lugar de limitar la competencia a las empresas y a su buen hacer; se compite en sacrificio colectivo, y de ese modo, querer vivir decentemente sin ser un gran propietario se considera un coste aunque en el mundo haya recursos básicos para todos. No es de extrañar que la participación de los salarios en la renta lleve décadas cayendo. [ http://www.agarzon.net/evolucion-de-los-salarios-en-espana-1978-2010/ ]

[Continúo]

Javier Ecora dijo...

Pero supongamos que no estamos en este infierno de (a)política global. Supongamos que el mundo es un sólo estado o que el estado sí controla las reglas de su economía. ¿Qué motivo tendría el gobierno para considerar que los salarios de sus ciudadanos son costes? El gobierno puede regular en favor de unos o de otros, puede determinar el grado de desigualdad económica, y en principio, no tiene por qué considerar que los salarios son más costosos o más beneficiosos que los dividendos. De hecho, si ningún empresario pudiera discriminar la retribución a igual trabajo, el salario no podría ser un factor de competitividad tampoco para él. Lo lógico es que el gobierno considere los salarios en función de lo conveniente para la prosperidad general y el equilibrio económico, no como un factor de competitividad para las empresas, como un coste empresarial, que es lo que se hace ahora. Pero incluso dentro de este mercado global es posible regular mejor en favor de los salarios, como demuestra el ejemplo de Suecia, país que yo también he mencionado en la entrada, incluyendo un salario social, (Renta Básica o más, servicios públicos y bienes comunes).

El salario no es un coste. No es ni siquiera una cifra, esa cifra a la que han reducido nuestros derechos y nuestras condiciones de vida. El salario es la forma de decidir nuestra dignidad económica relativa (en relación a los recursos económicos disponibles) o nuestra represión económica. El salario (laboral y social) es la forma de controlar nuestra conducta o la forma de liberarla. Nosotros elegimos. ¿O no? 

Hay un motivo más para elegir bien: la represión económica que "incentiva" un productivismo sin límite al que nadie se puede negar (por miedo al paro y a la pobreza) y que sirve al enriquecimiento minoritario, está llevando el equilibrio de la biosfera del que dependemos a los límites de su capacidad. También necesitamos liberar a la biosfera de esa (re)presión insostenible.

Un cordial saludo y gracias por comentar aquí

Anónimo dijo...

Gracias por la respuesta Ecora. En efecto, lo leí demasiado rápido. Volviendo a releerlo veo que comparto lo esencial de tu discurso. Desgraciadamente discrepo en algún detalle, como el salarial; básicamente por una razón: no tener en cuenta que los salarios son precios que transmiten información impide comprender el modelo nórdico.

Me explico. Coincido contigo en que el salario tiene la función de remunerar un factor productivo que contribuye a la producción (¡y es por ello que existe una medición del PIB por el enfoque de rentas!). Sin embargo, no conviene olvidar, y tú no lo haces, que también es un precio que es tenido en cuenta por las empresas a la hora de tomar decisiones de producción (obsérvese que es por ello que existe oro enfoque de medición del PIB que es el enfoque de producción).

Pero hablar del salario como coste no significa asumir el discurso de un empresario sino subrayar una de sus funciones en el flujo circular de la renta. Y es que el salario, nos guste o no, es un precio que informa sobe la escasez y valoración que hace la sociedad de los servicios ofrecidos. Si la remuneración que se exige es excesiva, habrá transacciones que no se llevarán a cabo en los mercados porque la sociedad no está dispuesta a pagar tal precio por ellas. Para entenderlo, piensa en el caso de un autónomo que desea una remuneración más elevada y que para ello decide aumentar los precios de su producto. Desgraciadamente el precio que fije puede ser tan alto que nadie esté dispuesto a comprárselo. Es obvio que reducir sus pretensiones salariales le permitiría reducir el precio, acordar unas ventas y obtener una renta que de otra forma no obtendría. Este ejemplo, subraya que los salarios de una economía deben ser los adecuados (ojo, no estoy diciendo bajos, sino simplemente adecuados). Proponer como ejemplo a un autónomo no es casual pues también nos permite darnos cuenta que no solo importa el salario: la fijación de un excesivo margen de beneficios por parte del autónomo para remunerar su capital arriesgado en el negocio también le llevaría a subir los precios e impedir las transacciones generando desempleo. [Continúa]

Anónimo dijo...

Pues bien, como bien sabes, el desempleo que he descrito, causado por un mal funcionamiento de los mercados de trabajo o de productos, es lo que se denomina desempleo estructural o de oferta. Pero no es ni el único ni el más importante: si la renta no se transforma en gasto surge el desempleo por razones de demanda (el desempleo keynesiano de toda la vida). Ambos interactúan y se limitan el uno al otro, y por tanto se deben de tener muy en cuenta si de verdad nos preocupa el problema del desempleo. Sin embargo, la derecha tiende a obviar el desempleo de demanda y la izquierda el de oferta. Pero no debería ser una cuestión de ideología; mucha gente está sufriendo el gran desastre que significa carecer de empleo y debemos de solucionar ese drama con todos nuestros medios.

Vayamos al modelo nórdico para ver como se lo montan. Contra el desempleo de oferta los países nórdicos aplican dos medidas bien diferentes. Por una parte, los mercados de productos están muy liberalizados con la finalidad de que la competencia reduzca los márgenes de beneficios empresariales y favorezca así el empleo. Por otra, en el mercado de trabajo se aplica una política de rentas (negociada entre gobierno, patronal y sindicatos) que fija un salario medio en la economía compatible con el pleno empleo.

Tener un mercado de trabajo y de productos que funcionan correctamente permite asimismo resolver un problema que se da al aplicar las políticas de demanda expansiva: la temida espiral de precios y salarios. Así, en los países nórdicos, a diferencia de España, las políticas de demanda resultan ser muy, muy efectivas para reducir el desempleo; por el contrario, en nuestro país siempre dieron lugar a un recalentamiento de la economía, burbujas y devaluaciones posteriores para corregir los desequilibrios. [Continúa]

Anónimo dijo...

Para finalizar, y sin ánimo de seguir dando el tostón, cabría hacer hincapié en que el objetivo de las políticas de rentas no es incrementar los salarios de los trabajadores sino fijar un salario compatible con el pleno empleo. Una vez alcanzado éste, los incrementos salariales se fijan atendiendo al crecimiento de la productividad a largo plazo, lo que permitirá repartir la tarta a medida que ésta crece sin perjudicar el empleo.

Para aumentar la equidad se emplean tres instrumentos diferentes a fin de no perjudicar el empleo: 1) una loable redistribución de la renta mediante una política fiscal progresiva; 2) formación, la cual permitirá no sólo aumentar la productividad y salarios a largo plazo sino también el trasvase de trabajadores desde sectores mal remunerados a sectores bien remunerados; y 3) si bien el salario medio de la economía es el correcto, la dispersión salarial fijada en la negociación colectiva es menor, es decir, se fijan salarios algo más elevados en sectores de baja productividad y algo más bajos en sectores de alta productividad (lo que a la postre incentiva el cambio sectorial por parte de las empresas).

Todo esto es muy matizable y me dejo muchas cosas en el tintero. Pero finalizo, que si no, esto no hay quién lo lea. Espero haber contribuido a sembrar alguna duda en tu opinión sobre las políticas de oferta. Por una parte, éstas son realmente muy necesarias, y por otra, no se trata de políticas neoliberales o de derechas como se suele afirmar. De hecho, como he tratado de demostrar, son uno de los pilares del modelo nórdico al facilitar el funcionamiento de sus políticas de demanda agregada expansiva. Y convendrás conmigo en que los resultados en términos de empleo y equidad alcanzados por estas sociedades son muy superiores a la nuestra.

Un saludo cordial

Javier Ecora dijo...

Hola anónimo

Hacia el final dices: “sobre las políticas de oferta (…) no se trata de políticas neoliberales o de derechas como se suele afirmar.” Pero antes habías dicho: “la derecha tiende a obviar el desempleo de demanda y la izquierda el de oferta.“ Y esto es lo que había escrito yo en la entrada: “Esos mercados están ya dominados por los señores de la oferta y por tanto viciados por su poder: ni siquiera funcionan como mercados ya que las políticas que favorecen a los oferentes [no a ambas partes] ahogan el otro lado de todo mercado, la demanda”, al reducir los salarios, y también la recaudación (ya que hay mucha libertad para elegir en qué país tributar).

Me sorprende que se utilice el modelo nórdico precisamente para resaltar la supuesta virtud de las políticas de oferta. Lo que en general no tenemos en el resto del mundo es precisamente la otra parte de su modelo, la necesaria para que una sociedad de mercado pueda ser algo razonable: una regulación que controle el equilibrio, (mayor presión y progresividad fiscal, menor dispersión salarial, mayor inversión pública en las condiciones económicas de partida como educación, y un cuarto de la población trabajando en el sector público, a lo que añadiría severos controles ambientales -que incluso podrían suponer mayor empleo por la obligada inversión en transformar los modos de producir y de abastecernos de energía y de recursos naturales-).

Yo creo que es fácil ver en el modelo nórdico que describes que el salario no es tratado como un coste a minimizar, al menos por parte del estado, sino, en todo caso, como uno de los factores del equilibrio económico ¡y social!
- “en el mercado de trabajo se aplica una política de rentas (negociada entre gobierno, patronal y sindicatos) que fija un salario medio en la economía compatible con el pleno empleo”
- “3) si bien el salario medio de la economía es el correcto, la dispersión salarial fijada en la negociación colectiva es menor,”
Una cosa es el realismo -no multiplicar los salarios porque sí, sin posibilidad de rentabilizarlos- y otra muy distinta desequilibrar la ecuación en favor de los beneficios demonizando los salarios: “trabajar más y cobrar menos” como virtud económica, lo que continuamente nos ha vendido la propaganda neoliberal no sólo ahora con la estafa de la crisis. Esto sólo nos deja una salida: cobrar, al menos en parte, sin trabajar. Lo que he resumido en el concepto de salario social, y que en su forma incipiente -estado del bienestar- también es mayor en el modelo nórdico:
- “1) una loable redistribución de la renta mediante una política fiscal progresiva”

Como bien señalas, a la formación del precio contribuyen los salarios y los beneficios (junto a los demás requisitos de la producción). ¿Pero por qué dejamos que a uno de esos factores se le llame coste (a minimizar) y a otro beneficio (a maximizar)? Partimos de que tenemos precios posibles, rentables, que nos dejarán una plusvalía suficiente para remunerar mínimamente el trabajo y la inversión de capital. Sin eso no hay empresa. Pero a partir de esa suficiencia ¿hacia dónde encauzaremos el resto de la plusvalía? Habrá que decidir hasta dónde se reinvierte, hasta dónde se redistribuye en forma de mayores salarios y hasta dónde se remunera a los inversores. Ninguna de estas opciones es un coste ...o lo son todas. Son sólo conflictos de intereses. Y ya sabemos quiénes han salido ganando y quienes no en las últimas décadas.

Creo que estarás conmigo en que, además, el grado de redistribución de la riqueza también determinará el precio máximo posible para cada tipo de producto condicionando el salario posible: teniéndonos pobres, tampoco podremos presionar igualmente para mejorar los salarios, ¡ni los beneficios!, cosa que no parecen entender los pequeños empresarios locales que apoyan las políticas no redistributivas. Y por el lado de la oferta, el esclavismo transoceánico o el de la empresa de al lado que no tiene convenio, suponen un dumping que, aprovechando el paro, también tirará a la baja el salario ¡aun con muchos beneficios!

Javier Ecora dijo...

[Continúo]

Estoy de acuerdo en que “no debería ser una cuestión de ideología; mucha gente está sufriendo el gran desastre que significa carecer de empleo y debemos de solucionar ese drama con todos nuestros medios.” El problema es que tanto unos como otros siguen atrapados en la idea antigua de que más es mejor, y siguen pensando que la única forma de combatir el paro es ampliando la producción. Las políticas de oferta globales han aumentado enormemente la producción mundial, vía ampliación del mercado, pero a cambio de un gran aumento de la desigualdad, la explotación humana, el desamparo público y el deterioro del medio ambiente. Y el desarrollismo público no fue menos alienante, represivo y depredador de recursos naturales. La alternativa ya no es público o privado. Sin embargo tampoco sirve quedarse en medio. Primero habrá que reducir el abuso de poder privado y recuperar lo que debe ser público, pero el futuro habrá de ser más bien redistributivo, participativo, liberador y ecológico: compartir mejor las plusvalías (a través del salario laboral y del salario social) para poder compartir el empleo sin necesidad de un aumento insostenible de la producción.

Pero para empezar a cambiar las cosas quizá sea bueno desmontar la propaganda que se disfraza de teoría científica disimulando conflictos de intereses, y atrevernos a pronunciar las herejías: el salario no es un coste sino una forma de beneficio compartido, un objetivo, un resultado a maximizar. ¿Otras verdades vetadas? Los beneficios empresariales y la riqueza ahorrada no equivalen a inversión productiva. Los intereses bancarios prefijados no cumplen una función útil para la sociedad. La ayuda financiera no es ayuda. Intentar enriquecernos no es lo mejor que podemos hacer con nuestra vida. La creación de empleo no hace buena cualquier forma de producción. Hay demasiado empleo. Se puede repartir el empleo sin empobrecernos. El crecimiento económico no es imprescindible. Y frenar el desequilibrio ecológico no es aplazable.
Intento explicarlos a lo largo del blog.

Saludos y gracias de nuevo por comentar y por leer.

Anónimo dijo...

Hoa Ecora:

La verdad es que tocas tantos palos que me resulta difícil responder a todo. Intentaré matizar alguna cosilla de forma muy general.

Tengo la impresión de que deseas fusionar el concepto de “salario social o renta básica” con el de “salario” propiamente dicho. Sin embargo, no veo esta mezcla apropiada. La función de ambas figuras es bien diferente. El primero es un subsidio y el segundo es el precio de un factor trabajo. En otras palabras, el primero trata de mejorar la equidad en la sociedad a través de la redistribución y el segundo es la información con que cuentan los agentes económicos a la hora de valorar la escasez y los gustos de la sociedad antes de decidir qué producir y qué consumir. Ésta diferencia es crucial y explica el porqué la redistribución de la renta no solucionará el mal funcionamiento de los mercados a la hora de vaciarse. Un mercado que fija mal sus precios lo seguirá fijando mal independientemente de la equidad imperante en la sociedad.

En segundo lugar, existe la idea equivocada de que la teoría económica busca minimizar salarios y aumentar la rentabilidad del capital. Ello no es así. Lo que buscan las políticas de oferta es que mercados se vacíen, es decir que toda la población activa que desee trabajar lo haga, que todo el ahorro se invierta, y que todo lo que se produzca se venda. Simplemente eso. Si se consigue aumentará la producción y la equidad en la población pues no habrá recursos ociosos. Aún así las políticas de oferta no son la panacea. Puede que exista desempleo por razones macroeconómicas o que la desigualdad sea todavía elevada. Es por ello que deberemos aplicar políticas macro y redistribuir la renta respectivamente.

Por último, veo ciertas dificultades en compatibilizar el discurso de maximizar el salario (a menos que te refieras únicamente al salario social) y el discurso del decrecimiento. Para aumentar los salarios es preciso aumentar la producción. Y para aumentar la producción es necesario que tanto salarios como beneficios crezcan al unísono (de hecho esto es lo que se observa históricamente). ¿Qué mucha producción, inversión y empleo no es socialmente interesante? Cierto, pero determinar qué es superfluo es algo bastante subjetivo. ¿Internet? ¿el n-ésimo partido del siglo del Barça-Madrid? ¿El concierto de Vetusta Morla? ¿Un casino? Lo que es superfluo para mí no tiene por qué serlo para los demás y no resultaría ético imponer nuestros gustos. Yo soy más partidario del crecimiento sostenible, esto es, de moderar el crecimiento tratando de corregir las externalidades negativas de la producción y el consumo. Pero no soy partidario del decrecimiento, no al menos hasta que sea una idea mayoritaria en la sociedad. Pero, todavía no es el momento, lo será a largo plazo, cuando la sociedad vea colmadas sus necesidades materiales (hasta las más estúpidas, ciertamente). Con un poco de suerte, puede que, como predijo Keynes, ello suceda en el presente siglo.

Un saludo cordial

Javier Ecora dijo...

Sí, el último párrafo era un poco expansivo. No pretendía abrir todos los temas sino ejemplificar que algunas verdades se reprimen mediante el abuso de poder informativo en los medios de comunicación y las fundaciones de propaganda (como FEDEA). Voy con los tres puntos que mencionas.

1-) Salarios. Más que fusionar, lo que propongo es mostrar la interdependencia de ambos tipos de salario siempre y cuando queramos mantener la equidad social y la demanda agregada sin renunciar a la competencia laboral con sistemas esclavistas. Yo creo que ambos salarios influyen tanto en la equidad como en la formación de los precios. En cuanto a los precios, ¿acaso estos sólo dependen de los puestos del mercado y no de las posibilidades económicas de los compradores, vengan de donde vengan sus ingresos? El precio se forma con la oferta y con la demanda. Y en cuanto a la equidad, me parece un disparate desligar el salario laboral de la idea de equidad (dejando el empleo en un mero input de la producción). Esta es en resumen la tesis central de esta entrada. No tiene por qué ser así. Es sólo una opción, la de una ideología concreta que nos deja en el papel de simples medios, no destinatarios del modelo económico.

Por otra parte, el paso gradual hacia un salario social compensaría el paro tecnológico de modo que los continuos aumentos de productividad no pudieran ser vistos como algo excluyente (dando razones a los luditas) sino como algo liberador: menos trabajo para producir y más tiempo para otras cosas como el trabajo doméstico y reproductivo, la cultura, la vida social y el voluntariado. ¿Que no es seguro que el nuevo tiempo se dedicara a esos loables fines? Claro, pero esa es otra “batalla”, y no permitirla es confesar que no se cree en el ser humano libre.

2-) Políticas de oferta. La teoría económica no es una y unívoca. Hay diversas interpretaciones o distintos enfoques con diferentes énfasis, que se han sustituido unos a otros varias veces a lo largo de la historia o en función de la geografía. [¿De dónde viene el énfasis en las políticas de oferta? http://queaprendemoshoy.com/politicas-de-demanda-o-politicas-de-oferta-el-dilema-de-como-salir-de-la-crisis-ii/ ] Es imposible descubrir la verdad en un debate sobre intenciones, y no dudo que habrá economistas que incluso apoyen las políticas neoliberales en el convencimiento de que son las mejores para todos. Lo que yo creo es que, en el contexto actual, poner el énfasis en las políticas de oferta es como mínimo un error. La ausencia de políticas de demanda bien dimensionadas y la ausencia de límites a los oferentes exacerban el desequilibrio al que tiende todo mercado libre: la tendencia a la formación de oligopolios. Lo que implica encarecimiento, empobrecimiento, merma de poder y de libertad ciudadanos y ausencia de control en el rumbo conjunto (insostenibilidad).

[Continúo]

Javier Ecora dijo...

3-) Decrecimiento. Como la mayoría de quienes hablan de decrecimiento, no apoyo una reducción del PIB por sí misma ni una poda de sectores arbitraria. El debate está en si es posible sustituir los procesos productivos por otros sin externalidades negativas, allá donde se den estas, o si esto es imposible sin una poda económica, sin decrecimiento. Yo no descarto que incluso reducir esas externalidades generara crecimiento, por la obligada reinversión de capitales en esa sustitución si las leyes la exigiesen, (capitales que de otro modo quizá sólo se dedicasen a la especulación global), o por una necesaria inversión pública en recuperación ecológica (Green New Deal). Pero lo que sí suscribo es que el crecimiento no es imprescindible para sostenernos colectivamente, como se nos quiere hacer creer (con mucho éxito). Lo prioritario es eliminar cuanto antes esas externalidades, y después deberíamos adaptarnos a las posibilidades económicas resultantes aunque fueran decrecientes: ya sea compartiendo mejor el empleo y las plusvalías o mediante un mejoramiento del salario social -renta básica, servicios públicos y políticas favorables a los bienes comunes-. Por eso creo que no hay contradicción entre el aumento de los salarios (que además permita consumir una producción encarecida por los nuevos requisitos ambientales) y el posible decrecimiento general que resultara. He tratado de explicarlo en esta otra entrada, muy relacionada con la presente: Reducción de costes y destrucción masiva: http://ecorablog.blogspot.com.es/2013/04/reduccion-de-costes-y-destruccion-masiva.html “El problema de la economía actual no está en las empresas que tienen que cerrar porque su negocio ya no es rentable sino en las que sí tienen beneficios pero no devuelven a la sociedad lo suficiente para que esta mantenga su equilibrio económico”.

Me parece un debate apasionante que merece mayor difusión precisamente porque, estoy de acuerdo, no será posible llevar a cabo esa racionalización de nuestro sistema productivo hasta que no haya una comprensión mayoritaria de su necesidad. El problema es que no podemos esperar a que todo el mundo haya colmado todas sus necesidades, (“hasta las más estúpidas”). De hecho no será posible esa colmatación. Como decía Camino a Gaia en el primer comentario, los recursos en los que se basa esa satisfacción material van a decrecer. Y extraerlos hasta el extremo de lo posible está teniendo consecuencias devastadoras [ http://www.rebelion.org/noticia.php?id=172804 ]. ¿No sería más adecuado empezar a madurar y no aspirar a satisfacer todos los caprichos sin considerar las externalidades? Keynes esperaba que en esta época ya nos hubiéramos liberado de la mayor parte del trabajo remunerado, pero primero tenemos que comprender que el modelo económico actual fomenta que la insatisfacción se perpetúe porque depende de ello para vender y obtener sus beneficios. Keynes también frivolizaba diciendo algo así como que el mañana, mañana se verá. Hasta que en los 70 su modelo se topó con “Los límites del crecimiento”. Hoy nos toca tapar ese agujero.

Es un placer debatirlo. De hecho no puedo evitar extenderme demasiado. Saludos cordiales.

Dubitador dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Dubitador dijo...

Por favor... ¿cual es la diferencia entre demanda a secas y demanda agregada?

¿Por que el adjetivo "agregado/a" sale tanto en el lenguaje "economiqués"?

Javier Ecora dijo...

La demanda agregada hace referencia al conjunto de bienes y servicios que se adquieren dentro de un estado incluyendo los que demanda el gobierno con sus inversiones y con el gasto público (además de los adquiridos por los ciudadanos y las empresas). Si la misma aumenta, también podrán crecer las empresas que deben satisfacerla, con el consiguiente aumento del empleo. La importancia política de este concepto está en que su cuantía puede ser elegida hasta cierto punto por el gobierno... siempre que el estado recaude lo suficiente para impulsarla (o incurra en déficits para ello). Esta acción del gobierno puede compensar los ciclos económicos, inevitables en el mercado libre. Es algo que funcionó en las economías mixtas occidentales hasta la llegada de la crisis del petróleo en los años 70. El golpe económico que supuso este primer topetazo con los límites de los recursos naturales sirvió de excusa a los neoliberales para denostar el keynesianismo, (la doctrina económica que proponía esa regulación de la economía capitalista mediante las políticas de demanda pública), pasando a una economía más privatizada, desregulada y financiera que sojuzga a los gobiernos, en lugar de asumirse esos límites.

El modelo keynesiano clásico tiene el efecto de redistribuir la riqueza a través del empleo, pero también podría regularse el nivel de demanda mediante la redistribución directa de parte de la riqueza generada: un salario social que compensara el crecimiento de la desigualdad (inherente al mercado libre, especialmente en los períodos de crisis, como se está viendo). ¿Por qué hacerlo así? Además de lo apuntado en la entrada (anular la exclusión social y permitirnos abordar una transformación ecológica de los modos de producción) esta redistribución directa tendría la ventaja añadida de permitirnos decidir si crecemos o nos conformamos, cosa que ahora no podemos hacer, (ahora sin crecimiento aumenta la pobreza entre gran parte de la población y el riesgo de la misma para todos). Es decir, seríamos libres para decidir nuestro futuro económico, ecolólgico y social; no tendríamos la imposición de la ambición económica ni el chantaje de la exclusión cegando toda precaución sobre el futuro. No sería imprescindible un productivismo -ya insostenible para el medio ambiente- que ofreciera más trabajo del necesario para vivir dignamente, y podríamos abordar de verdad esos otros problemas no económicos pero ahora atenazados por esta economía basada en el trabajo forzado.

Estas son algunas gráficas que el neoliberalismo quisiera borrar de la hisotria, cuando los impuestos hacían posible ese reequilibrio económico socializador de la riqueza generada y cuando la regulación contenía las crisis financieras:
http://appliedeconomist.blogspot.com.es/2012/10/top-marginal-tax-rates.html
http://mm.queaprendemoshoy.com/wp-content/uploads/2013/01/Mobilitat-capitals-1800-2000-2.jpg
http://blogs.lavozdegalicia.es/nomepidancalma/files/2014/01/Relacion-entre-desregulacion-financiera-y-desigualdad.jpg
Sin duda el miedo a que la población prefiriera el modelo soviético tuvo mucho que ver en que los poderes capitalistas toleraran esos impuestos y esa regulación.
[CONTINÚO]

Javier Ecora dijo...

Creo que el keynesianismo que ahora deberíamos recuperar es el del modelo de sociedad que el propio Keynes auguraba para nuestra época. En los llamados 30 años gloriosos del capitalismo tuvieron lugar significativas reducciones de la jornada laboral y mejoras en las condiciones laborales, -no sin lucha para lograrlas-. Y Keynes decía que a principios del siglo XXI podríamos vivir bien trabajando unas 15 horas a la semana. Cultivar pasiones personales y mejorar nuestra participación política y cultural en tiempo libre es la clase de ambición que necesitamos ahora en lugar de seguir emperrados en ganar más poder económico a través de la producción. Para eso es necesario compartir mejor el empleo y los beneficios generados entre todos. http://ecorablog.blogspot.com.es/2012/11/el-exceso-de-trabajo.html

Pero creo que también sería posible un keynesianismo clásico, al menos en parte, mediante la inversión pública en una transición masiva hacia energías renovables (en la medida de lo posible, pues también tienen sus límites), y mediante la imposición legal de la transformación de los sistemas productivos hacia modelos sin impacto ambiental, siguiendo los principios de la ‘economía circular’, lo que obligaría a las empresas a reinvertir sus beneficios en ese cambio: http://www.ecointeligencia.com/2013/03/economia-circular-y-sus-escuelas/

Bueno, me temo que me he excedido en la respuesta. Eso te pasa por preguntar sobre uno de los dilemas que más me interesan. Aprovecho para felicitarte por la extraordinaria recopilación de artículos que haces en tu cuenta de G+ https://plus.google.com/111919025779338772190/posts

Dubitador dijo...

Muchisimas gracias Ecora ecorablog por tu didactica, paciente y oportunisima explicacion.

En verdad que estaba muy mosqueado con el soniquete ese de la "demanda agregada"

Ahora caigo en que se trata un concepto para entendidos y a menudo lo usan sujetos que no son entendidos, o sea que no asumen el significado del termino "agregada" pues pasan a despotricar contra el "gasto publico" como la esencia del mal de los males.

Si fuera posible pediria que quienes propiamente conocen el significado del sintagma "demanda agregada" lo cambiasen por "demanda publico privada", para hacer notar la presencia y relevancia de la demanda publica y si es posible tambien resaltar que los prohombres que dan rostro a los conglomerados empresarial-financieros, que con rostro de cemento critican el gasto publico, precisamente son profundamente parasitarios de ese gasto publico, o peor que eso, estultos depredadores, puesto que matan la gallina de los huevos de oro para extraer mas oro, mas rapido, mas a fondo.

Finalmente... ya pidiendo peras al olmo, seria muy clarificador hacer saber que un Estado con soberania monetaria en realidad no necesita los impuestos para absolutamente nada, no necesita tomar tu dinero para pagar nada de nada. Un Estado con soberania monetaria puede crear dinero a discreccion. De hecho los EEUU no han cesado de hacer eso desde que Nixon se cargó el patron oro, pues no le quedaba oro para pagar la guerra de Vietnam y las que estaban en cartera

Cuando un Estado no ha sido jibarizado y convertido en una empresa cualquiera, o sea forzado a asumir la logica de una economia domestica ( no gastar mas de los que se gana ) utiliza los impuestos como herramienta para gobernar la economia, sobre todo para forzar una superior rentabilidad de las rentas productivas respecto a las rentas financieras, de modo que estimule la inversion que genera empleo y erosione la que meramente genera dinero.



Javier Ecora dijo...

Sí, ya se han encargado de que no podamos manejar la política monetaria, no vaya a ser que la inflación erosione el valor de sus capitales y de sus créditos. De todas formas en otros lares se está emitiendo moneda a mansalva con cada vez menos efecto en la economía real, (lo que en el lenguaje “economiqués” se conoce como “trampa de la liquidez”). ¿Por qué? El dinero se canaliza a través de una banca que necesita tapar agujeros antes que dar crédito, y sale más rentable especular en los mercados globales o con deuda pública que invertir en nuevos proyectos. Pero además, mientras el dinero se siga creando como deuda con intereses, a largo plazo sólo puede estrangular la economía real y tensarla con la exigencia de un rendimiento inasumible y un crecimiento insostenible. Hice una aproximación a este tema en la entrada La frontera del mercado: http://ecorablog.blogspot.com.es/2012/06/la-frontera-del-mercado.html

De todas formas, la política monetaria como forma de compensar los ciclos no deja de ser una forma de (macro)trampear el sistema para no reconocer la desigualdad creciente a la que empuja el capitalismo y para no equilibrarlo directamente mediante la redistribución de la riqueza. En la medida en que la economía dependa del mercado libre ocurrirán fluctuaciones y burbujas irracionales -ver Hyman Minsky- y yo creo que sería más justo y más eficaz que tras estas sean los beneficiarios de las mismas quienes paguen los platos rotos de la anterior fiesta realimentando el ciclo. Podemos tener fe en el supuesto “mérito económico” hasta que sólo quede un ganador dueño de todo y de todos o podemos apostar por un sistema inclusivo y distribuido que se mantenga en el tiempo aunque fluctúe, un sistema en el que no se pierda la libertad (y se renueve la iniciativa). Yo creo que deberíamos disponer de un mecanismo de tributación flexible, (algo quimérico mientras los estados, o un acuerdo global, no recuperen la soberanía económica), que lleve a cabo esa redistribución de modo que se mantenga en todo momento al menos la suficiencia económica de todos, (puede ser con empleo promovido por demanda pública pero también directamente a través de transferencias sociales). La única “inyección de liquidez” para la economía real es la redistribución de la riqueza. La verdadera ayuda nunca es financiera.
[CONTINÚO]

Javier Ecora dijo...

Por completar el cuadro, falta decir que en la demanda agregada también suman las exportaciones (y restan las importaciones), y esto tiene su importancia: se está intentado compensar la caída de la demanda interna mediante el aumento de las exportaciones (como alternativa neoliberal al fomento de la demanda por parte del estado), al más puro estilo del fracasado “consenso de Washington”, aumentando la competitividad a base de rebajar salarios o abriéndonos en canal a las multinacionales (como en el tratado de libre comercio con USA que se está preparando). El problema de esto -además de la desigualdad y la pobreza que trae consigo- es que en un contexto en el que todos los países hacen lo mismo, lo de venderse como esclavo acaba no representando ninguna ventaja y entre tanto se habrá hundido la demanda privada por culpa del empobrecimiento generalizado. Esto lo explicaba muy bien Juan Torres López reseñando otro informe de la UNCTAD de septiembre: Europa y España, con el paso cambiado - http://www.attac.es/2013/09/30/europa-y-espana-con-el-paso-cambiado/
Y es que el salario no se debe tratar como un coste, y al acabar con él, una vez más, nos cargamos “la gallina de los huevos de oro”, esta vez la privada pero repartida (quedando sólo la de lujo, mercado en auge). La Renta Básica sería una buena forma de compensar este imperativo actual de la competitividad, y a largo plazo una forma de estabilizar una base económica que además nos dé libertad para decidir hasta qué punto y en qué queremos crecer. Si alguien teme la “indolencia” que se reparta el empleo, (¡cuanto bruto prefiere la acumulación y el trabajo más allá de lo necesario a la cultura y trata de imponer esa preferencia!). La cicatería y la ambición económica no deben prevalecer sobre la supervivencia.

Dubitador dijo...

En definitiva... megamillones que administraban los estados con mayor o menor rendicion de cuentas, o por lo menos bajo el escrutinio de una pluralidad de afectados por las exacciones y donaciones, que ahora estan en manos privada y que regidas por el unico norte del "sano" beneficio deberia tener lugar la mas eficiente asignacion de los recursos, asi como la multiplicacion de las riquezas.

¡Es tan falso todo eso!

Ademas ha sido milenariamente obvia tal falsedad. Pero... ahí teniamos a academicos, politicos y poligrafos pontificando la mentira con adusto gesto de sapiencia.

Se invocó a Adam Smith hasta el hartazgo y precisamente se repitió la fabulita clave de su famosa e invocada obra. La fabula del dinero como perfeccionador del trueque, de modo que los manejadores de dineros serian sujetos neutrales cuyas ganancias tan solo podrian provenir de una eficiente asignacion de los recursos, o de lo contrario serian expulsados del "mercado".

Incluso en los tiempos de los miticos orfebres, que emitian certificados de depositos de oro, ya estaban creando dinero con dichos certificados. En realidad duplicandolo, en tanto que los certificados servian como dinero y el propio oro depositado podia a su vez ser negociado en prestamo, incluso sin exponerlo fisicamente, pues con otro certificado cabia generar un tercer o enesimo clon de aquel oro recibido en deposito. ¿Lo hacian? ¡A saber! Supuestamente no, pues el dios calvinista, junto con el proverbial mercado, impedian tan atroz felonia del banquero.

J K Galbraith en "El dinero" adopta una posicion ambigua respecto al "fraude" financiero-bancario, pues dedica mucho espacio a explicar que aunque el dinero-papel fuera ficticio, o la moneda mala desplazara a la buena, la prosperidad que generaba su flujo era bien real. La cuestion radicaba en saber administrar la ficcion. Pero si un poco de aquella magia era buena, una dosis mayor solo podia ser mejor y bajo tal equivoco se provocaban los sapienciales ciclos, doctamente descritos con ciencitificísima estadistica y pirotecnia matematica. La politica monetaria es una fabula basada en la pretension de que la moneda, el dinero, es algo real, con sus leyes y etica propias. Cuando en realidad no respresenta mas que fichas para el juego de las sillitas musicales, donde quien controla la melodia se queda con el dinero, mas bien las riquezas que este representa, perteneciente a los incautos que se quedan sin silla.

Tanta sabiduria de la ciencia economica es deudora del fundamental punto ciego colocado por la fabulita del dinero-trueque, o sea el pretenderlo mera sofisticacion de un fenomeno espontaneo y empirico-natural: el trueque. Cuando en realidad el dinero siempre es, siempre ha sido, un constructo, una herramienta del poder. Una herramienta con la que se capturan y fuerzan a producir riquezas sociales, pero de un modo mas elegante que mediante amenaza de latigazos o el filo de un cuchillo tangente a la yugular. Por cierto la espada no es otra cosa que el cuchillo blandido por el bandolero que estimula imperativamente el agil ejercicio de la logica binaria al plantear la pristina disyuntiva de la bolsa o la vida.

Quien proclamó aquello de que la propiedad es un robo tambien sufria la ya aludida ceguera respecto a la magica y secreta propiedad del dinero, en tanto que capaz de diluir o convertir en precaria la propiedad sobre cualquier propiedad.

Javier Ecora dijo...

Sabias palabras. Que nadie subestime la ficción. Las ficciones mueven nuestra conducta: dios, patria, dinero, márketing... Los condicionantes humanos a los que tratan de dar respuesta son reales pero esos relatos concretos se han vuelto disfuncionales. ‘Mano invisible’, ‘expectativas racionales’... Quizá no tenemos una crisis económica sino una crisis literaria. Gramsci tenía razón al poner de relieve la importancia de la ‘hegemonía cultural’ ¿Cómo sería el nuevo relato economico que necesitamos? Creo que en este momento de la historia hacen falta relatos más apegados a la realidad que ya tenemos y que estamos despreciando y degradando, o relatos que incluso la envuelvan en el sosiego necesario para realzar su significado.
SECRETO REVELADO: http://gustavoduch.wordpress.com/2014/04/01/secreto-revelado/
Alguien que seguramente había leído a Whitman dijo que el verdadero revolucionario debe ser capaz de escuchar cómo crece la hierba. Para eso tendrán que cesar antes las energéticas películas de acción holiwoodiense y hacer sitio a historias como ‘El sol del membrillo’, (Erice con Antonio López). Entonces los ejecutivos agresivos auspiciados por Milton Friedman y su avaricia como virtud podrán dejar paso a ideas como las de Manfred Max Neef -‘La economía descalza’- o E. F. Schumacher -‘Lo pequeño es hermoso’- para organizar una economía “como si la gente importara”.

Volviendo al dinero, me parece bastante interesante lo que explicaba Jesus N. sobre F. Soddy en su estupendo blog ‘La proa del Argo’. Me ha cogido leyendo a David Graeber (‘En deuda’).

...

Bueno, vale, este comentario me ha quedado pedante, pero supongo que puede ser útil dejar pistas.

Dubitador dijo...

No ha sobrado nade en ninguno de tus comentarios.
Creo que blogs como este son un gran servicio.

Dubitador dijo...

Creo que esto de Varoufakis tiene mucho sentido:
Una perspectiva política para la izquierda ecosocialista en Europa
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=6819

Javier Ecora dijo...

Partiendo de un análisis muy afín a lo que hemos dicho aquí, Varoufakis apunta una vía de salida razonable que lleva años en el candelero sin acabar de despegar. Por ejemplo Susan George la definió en 2009 en ‘Sus crisis, nuestras soluciones’. El discurso del ‘capitalismo popular’ dominante durante años continúa resonando en las mentes con la inercia de una marea, y la vía ‘intelectual’ para desterrar lo aprehendido por la sociedad -una sociedad de mentes ocupadas por el exceso de trabajo, por su búsqueda, por la ansiedad y por una invasiva cultura comercial- no va a funcionar si no incluye algo más acá de un proyecto de futuro.

Estoy convencido de que es necesario ir más allá de proponer una moderación del capitalismo actual y pasar a diseñar y ofrecer el modelo alternativo. Pero me voy convenciendo de que la corriente del presente la encauzará quien sepa acoger mejor la caída (o las sucesivas caídas). Una (eco)izquierda estatalista que no hable de los problemas contingentes y cotidianos, de hipotecas, desahucios, paro, desigualdad, problemas sociales, explotación y pobreza, o una serie de mega-proyectos que supediten nuestras vidas al incierto éxito de una nueva instrumentalización de las mismas, no será comprendida antes de que la ultraderecha nos haga sufrir de nuevo con sus falsas pero inmediatas ‘soluciones finales’. Tiene razón el propio Varoufakis al decir que no cabe esperar que el desastre lleve a todo el mundo a las conclusiones correctas.

Para que el modelo saludable al que va convergiendo la izquierda no socio-liberal pueda anticiparse y ser elegido mayoritariamente cuando llegue el momento, las personas deben verse reflejadas en el mismo y deben tener el protagonismo en él. Y el nuevo modelo debe incluir esta integración participativa como parte fundamental del mismo. La pobreza debe quedar excluida como posibilidad antes de lograr el nuevo crecimiento-decrecimiento ‘ecléctico’ que se menciona en el artículo (y con el que estoy de acuerdo). Y reducir la desigualdad debe ser la finalidad primera de la sobre-abundancia de ahorro privado mal repartido. De hecho, una escasez artificialmente sostenida impedirá renunciar a ningún sector económico por contaminante que sea.

En contra de lo que nos inculca el neoliberalismo, dar dinero a las personas directamente no es derrochar dinero, no es como si el dinero se vertiera por algún sumidero para siempre. Ese dinero circulará (como circula el del pensionista que contrata a un fontanero, y este lo utiliza para comprar en un comercio de su barrio, etc.) alimentando la demanda y renovando el ciclo de la actividad económica. Y circulará con más velocidad en la medida en que se entregue a los colectivos con más necesidades -la velocidad de circulación del dinero también equivale a creación de dinero, es uno de los factores de la ‘masa monetaria’-. Quienes tienen necesidades sin satisfacer no van a dedicar ese dinero a especular improductivamente en los mercados globales. En conjunto su nuevo consumo equivaldría a una gran inversión productiva; equivaldría a una demanda de proporciones keynesianas pero en la que la toma de decisiones de inversión se ve distribuida en una miríada de pequeñas decisiones familiares (abundando en la democracia económica). Pero además, sólo el reparto de la riqueza podrá financiar una demanda necesariamente encarecida por condicionantes ecológicos.
[CONTINÚO]

Javier Ecora dijo...

Sin embargo, la virtud de dar al que necesita es algo que hasta a la izquierda le cuesta comprender, quizá por haber hecho del trabajo una bandera de posicionamiento, más allá del lugar de negociación posible que otrora fue. ‘La ética protestante y el espíritu del capitalismo’ sigue resonando en el purgatorio occidental -ya global-, culturalmente impedidos para asociar placer y virtud. Es como si a las puertas de la utopía dijéramos: no, esto es inmoral porque ya no tengo que luchar para conseguirlo ¿? en lugar acceder y plantearnos ambiciones ulteriores. Pero la lógica de sistemas no sabe de moralina: cegar el flujo económico justo donde más falta hace estrangula todo el circuito mientras se llena un pesado depósito especulativo sobre nuestras cabezas. Y la lógica a secas dice que si buscamos una buena sociedad no podemos hacerlo mediante el sufrimiento como medio principal y permanente. Los medios delatan el fin: http://ecorablog.blogspot.com/2012/02/finalidad-oculta-y-presente.html

¿Y quienes reciban dinero qué incentivo tendrán para contribuir a la producción necesaria? preguntará paradógicamente quien no acaba de conformarse con su riqueza presente a pesar de no tener ya el ‘incentivo’ del hambre, como si sólo él tuviera la ‘virtud’ de querer más. Aun así tendrá su respuesta: compartamos el empleo realmente necesario. Y pensemos más en la virtud de contribuir libremente al crecimiento de una nueva cultura.

Dubitador dijo...

Creo que parte de la solucion implica cambiar la nocion de "empleo".

Si se instituye una renta basica decente el "empleo" deviene insostenible. La etica del trabajo permitió dignificar la indignidad: si te pagan, por lo que sea, ya estas justificado.

La indignidad viene de los tiempos del esclavismo y el feudalismo, o sea la cosificacion de la persona empleada, usada, utilizada como recurso. El esclavo y el siervo son en realidad propiedad del amo y por lo tanto ya es propiedad suya todo lo que provenga del sometido, asi pues siempre trabajará poco y mal, aunque trabaje mucho y bien, hay que exprimir y exprimir, aunque objetivamente no haya nada mas que exprimir, pues asi se sostiene la nocion de deuda: me lo debes todo.

El asalariado que tiene que vivir al dia, o a fin de mes, no está realmente en mejor posicion que el siervo y el esclavo, pues continua debiendoselo todo a quien le proporciona los medios para subsistir, siendo falso de toda falsedad que el empleado pueda decir adios y buscar un trabajo mejor. Incluso el esclavo y el siervo podian huir y acogerse a la "benevolencia" de otro amo, o apañarselas para encontrar un lugar sin amos, o sea un desierto, unas cumbres borrascosas... o algo asi. Quien no tiene nada se puede asentar en cualquier parte ¿no?. Pues es justamente al reves, quien menos tiene mas necesidad tiene de raices, o sea de comunidad, de sentirse parte de y acogido en algo mayor. Es el potentado quien no tiene patria, el que puede irse a otro sitio, el el de ordinario vive en un sitio a parte, sea el castillo o el chaletazo, lejos o por lo menos separado de la mugre bulliciosa. Es el potentado el que puede arrasar las tierras de otro, quemar sus bosques, desviar sus rios, cegar sus pozos y masacrar el humus pululante de otro amo para asentar humus pululante dependiente de el, que le es fiel, luego de haberle enseñado que los de aquel pais, de aquella lengua, son fiera ansiosas de invadir sus huertos y sembrados, gente infecta, primitiva, canibal... esas cosas. Los nacionalismos son herencia de aquella programacion aplicada por el feudal.

Según el conmovedor resumen de J. L. y Barbara Hammonds, ... los únicos valores que las clases altas le permitían a la clase trabajadora eran los mismos que los propietarios de esclavos apreciaban en un esclavo. El trabajador debía ser diligente y atento, no pensar en forma autónoma, deberle adhesión y lealtad sólo a su patrón, reconocer que el lugar que le correspondía en la economía del Estado era el mismo que el de un esclavo en la economía de la plantación azucarera. Es que las virtudes que admiramos en un hombre son defectos en un esclavo.[4]

[4] J. L. y B. Hammonds (1966), The Town Labourer 1760-1832 (primera edición: 1917). Londres: Longman, p. 307. [El trabajador de la ciudad. Trad. Antonio Gimeno Cuspinera. Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1987.]
Zygmunt Bauman - TRABAJO, CONSUMISMO Y NUEVOS POBRES

Dubitador dijo...

Precisamente Varoufakis en esta confesion de marxismo y de una vida de traicion al marxismo, asegura que Marx descubrió que el eventual exito del capitalista en cosificar el trabajo, "mecanizarlo", convertirlo en estricta mercancia, o sea en un coste, significaria la imposibilidad del capitalismo, pues un trabajo completamente cosificado es incapaz de crear valor.

Porque si trabajadores y patronos consiguieran mercantilizar totalmente el trabajo, el capitalismo moriría. Es esta una visión profunda de las cosas, sin comprender la cual no se entenderá nunca cabalmente la tendencia del capitalismo a generar crisis. Y no se puede acceder a esa visión sin familiarizarse, ya sea un poquito, con el pensamiento de Marx.

Varoufakis : Confesiones de un marxista errático en medio de la crisis del capitalismo europeo
http://www.sinpermiso.info/articulos/ficheros/yvarou.pdf


La verdad todo esto que estoy diciendo nos retrotrae a una retorica comunisto-marxista que animaba a dar el ultimo golpe, el ultimo empujon, que exterminaria a la clase burguesa y devendria la liberacion de al humanidad, lo cual me es radicalmente ajeno, pues aborrezco las "soluciones" basadas en la violencia... y no porque me crea un mirifico pacifista, pues a mi escala tambien suele tener mis salidas violentas, sino porque se me antoja radicalmente absurdo lo los buenos fines mediante malos medios.

Javier Ecora dijo...

“La ética del trabajo permitió dignificar la indignidad: si te pagan, por lo que sea, ya estas justificado.“ Gran frase que sintetiza de lo que expones después. El capitalismo consiguió que para “estar justificado” uno tuviera que trabajar. El valor del “ser” condicionado a la servidumbre. Con el empleo se induce la confusión entre esfuerzo y sumisión, entre acción valiosa y obediencia, como si sólo la entrega no elegida por uno mismo pudieran tener mérito. (Y en la categoría de empleo incluyo al autónomo-empresario, cuyos actos están subordinados a lo que admite y exige el mercado, determinados por la rentabilidad como el agua por la gravedad en un sistema de cañerías).

Quizá es más necesaria que nunca la distinción que hacía Erich Fromm en “El miedo a la libertad” entre disciplina y obediencia, entre la capacidad de autocontrolarse y de sacrificarse, por una parte, y la renuncia a la autoorientación, el sacrificio de la autonomía, el abandono del la responsabilidad sobre el origen y justificación de los propios actos, por otra. Esto último en realidad puede ser una tentadora forma de eludir la dificultad de tener que pensar por uno mismo para llegar a conclusiones; una forma de no tener que hacerse responsable; miedo a errar que en el fondo es “miedo a ser”, ya que de entrada “no somos” los infalibles logaritmos a los que se pretende reducir nuestra valoración social. Puede que sea ese miedo a la libertad lo que mantiene el apego al trabajo, lo que nos impide apostar por una sociedad liberada (repartiendo mejor el mismo y sus frutos), lo que nos impide siquiera valorar esa libertad-responsabilidad que nos daría un mayor tiempo libre pues nos enfrenta al reto de dotarla de un sentido.

La libertad -enseñaba Fromm- siempre nos enfrenta a un dilema. Por sí misma no es nada, y siempre ha de vincularse a un “para”. La libertad sólo es sentida, temporalmente, cuando uno se libera “de” algo, y en seguida surge y ha de surgir el planteamiento de para qué o en qué vamos a emplearla. Mucho más cómodo que esto es creer en un sistema, confiar en él y entregarse a él como quien alimenta la caldera de un tren que no guía porque ha decidido confiar en el maquinista y resolver de ese modo el problema de su tiempo y su sentido. Así se entroniza la virtud del sacrificio pero como en un ejército, relegando cualquier otra virtud y la más importante, la que más nos distingue, la que no pueden asumir en el mismo grado otras especies: la responsabilidad sobre nuestra mayor amplitud de posibilidades para dotar de sentido a la vida y para transformarlo todo. Ese abandono a una semi-inconsciencia rutinaria facilita la dinámica de la competencia por el poder de los propietarios, convirtiéndola en el tótem de la sociedad y de toda vida, y explica que, como trabajadores-consumidores, semi-esclavos-semi-ricos, empujemos una maquinaria humanamente retrógrada y ecológicamente devastadora.

Es la consecuencia de ver “la libertad humana como una categoría económica” (como dice Varoufakis magistralmente en referencia a Marx en el fascinante texto que has enlazado. Me ha recordado la serie documental de Adam Curtis, La Trampa, y la entrada La lógica autómata del mercado: http://ecorablog.blogspot.com/2011/03/la-logica-automata-del-mercado.html ) Por supuesto, mientras no asumamos políticamente la responsabilidad del cambio, no hay escapatoria para quien quiera abandonar “la maquinaria” individualmente. Con la privatización del mundo se ha desterrado el derecho a parte de los recursos del mismo, se ha desterrado el derecho a ser. Y es necesario volver al origen para preguntarse ¿de quién es todo?
[CONTINÚO]

Javier Ecora dijo...

El salario ha absorbido esa noción de valor humano que precede al valor del trabajo, y así al hundir o negar el salario, se está negando ese valor de la vida. Pero es el trabajo el que debe servir a la vida. El trabajo fue y debe ser una mera utilidad y no la “razón de ser”. Lo que ahora necesitamos dignificar no es el trabajo, que ya está mitificado, sino el derecho a la vida por encima del mismo (ya sea mediante salario social o en forma de recursos productivos-procomunes con los que uno pueda procurarse el propio sustento). Pero además sólo de ese modo nuestra actividad-trabajo posterior podría recuperar un sentido más amplio (social, político, filosófico, ético, vinculado a las propias valoraciones y motivaciones), el sentido perdido en la enajenación productivista (de uno u otro signo), perdido en esa “cosificación del trabajo”; el sentido ya sólo visible en el esfuerzo de los voluntarios y los apasionados por alguna actividad.

Y, por supuesto, dignificar la vida incluye no atentar contra ella: lo que necesitamos erradicar no es al explotador sino la posibilidad de que a alguien se le pueda reconocer el derecho a explotar a los demás; erradicar la posibilidad de que alguien deba emplearse involuntariamente por falta de alternativas en lugar de hacerlo de acuerdo a aspiraciones genuinas y en la medida en que las tenga; lo que necesitamos suprimir es sólo una pauta social, una norma, parte de un sistema.

- Y un buen artículo reciente: ¿El fin del trabajo? Sarah Jaffe - http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=6815

Dubitador dijo...

"...algo tan simple como que el salario que cobre quien trabaja sea mayor que el cobrado por quien no trabaja."

Vuelvo a dar la vara con la nocion de trabajo, nocion que la renta basica destruye, pues el trabajo se desarrolla bajo estado de necesidad, la necesidad de la paga. Necesidad perentoria y absoluta pues el asalariado vive al dia ( o al mes ), de modo que unos cuantos dias sin salario puede suponer un gran golpe, asi que no hay estricta necesidad de golpear ( latigazos ) para obligar a someterse, a trabajar.

Trabajo es ocupacion servil, o sea realizada bajo la superioridad absoluta del pagador del salario, el cual decide lo que vales (el o su delegado) y por principio vales menos que el, puesto que le estas subordinado. Te valora (desvalora) no solo por lo que te paga, sino sobre todo por como te trata. El empleador quiere que le cuestes lo menos posible y le seas lo mas docil posible. Te quiere pagar poco y que a cambio le entregues "todo", esto es la completa sumision y disponibilidad mientras permaneces bajo su mando. Es una situacion servil. El maximo servilismo es el del soldado instruido para obedecer aun arriesgando la integridad fisica o incluso la vida.

Con una renta basica desaparece el "incentivo" para soportar el servilismo y aunque quien trabaje cobre mas que quien no trabaje la diferencia puede no ser esencial, no ser suficiente como para soportar la condicion servil durante el tiempo laboral.

Habrá que cambiar la nocion de trabajo por la de ocupacion... como en las comunas. Tienes una tarea, normalmente no agotadora ni bajo sumision servil, no constreñida a un horario fijo o determinado sino por el tiempo y esfuerzo que en cada momento requiera el cumplimiento del cometido y objetivo concreto.

La verdad encuentro muy dificil desarrollar la nocion de ocupacion, quizas porque me bloquea la profundisima impregnacion respecto al trabajo bajo situacion servil.

Dubitador dijo...

A proposito... muy inspirador este articulo sobre la renta basica:

Renta Básica de Ciudadanía y sostenibilidad medioambiental
http://carnetdeparo.blogspot.com/2014/07/renta-basica-de-ciudadania-y.html

Javier Ecora dijo...

Creo que la ausencia de jefe no es la clave. El trabajo como ‘autónomo’ puede ser tan heterónomo y servil como el que más, dependiente de un jefe de ‘mano invisible’: su ‘nicho de mercado’. Y el trabajo mediante tareas, o como se dice ahora “por objetivos”, puede ser más estresante y alienante que el rutinario. Por algo ha sido tan utilizado para los puestos intermedios, ‘innovando’ en las formas de explotación en las últimas décadas, en las que se ha extendido una vasta explotación intelectual, (además endiosada por las películas de ejecutivos superactivos y supercotizados, confundiendo actividad con autonomía, flexibilidad con libertad -como ha denunciado Richard Sennet- y cotización con valor.
Chaplin ya no gira entre ruedas dentadas; estas están en nuestra cabeza, invisibles como las de un reloj. La cinta transportadora ha sido interiorizada. El tiempo ha dejado de ser nuestro porque no lo percibimos como nuestro. ‘El censor’ queda dentro de uno.
El mercado panóptico pone al jefe dentro.

Seguramente la única forma de salir completamente del trabajo para pasar a una ‘ocupación’ autónoma, (en la que uno decida en qué, cómo y hasta donde trabajar, y en la que uno pueda hallar sentido), sea el trabajo voluntario.
¿Por qué se realiza? ¿Qué lo motiva?
La entrega constante a las apetencias no puede satisfacer plenamente a la persona que busca su libertad; también es heterónoma como enseña Kant: http://es.wikipedia.org/wiki/Heteronom%C3%ADa#Tesis_kantiana
Hay unos valores, más o menos conscientes, que motivan la actividad volitiva en tiempo libre.
Lo que cotice en esa ‘bolsa de valores’ reales capaces de mover nuestra voluntad es lo que debería tener prioridad social. Democracia laboral.
Más allá del trabajo exigible para cubrir las necesidades básicas de todos, los valores surgidos de la reflexión ética personal deberían ser los que tomaran el mando de nuestra actividad.
La agregación de voluntades libres (no extorsionadas por el miedo a la miseria) debería sustituir al mito de las ‘expectativas racionales’ en el mercado para lograr una sociedad realmente autónoma.
Lo que no tuviéramos en esa sociedad no lo necesitaríamos realmente. La desidia y el apasionamiento pueden ser grandes reguladores morales de la producción (que evitaran el productivismo irracional). Si no motiva es que no vale la pena, que no vale. Y a lo mejor debe ser así, sin forzar nuestra naturaleza, sin forzar la naturaleza. El apasionamiento tiene límites (naturales) que el mercado no reconoce saliéndose con ello del marco madre.
Puedo imaginarme a un escultor ‘aficionado’ -otra palabra a revalorizar sobre el ‘profesional’- eligiendo y arrancando piedras en una cantera con la misma atención, el mismo interés y el apasionamiento que luego volcará en el cincel, a pesar de que esté haciendo lo mismo que el cantero esclavo, empleado o empresario (que tampoco podrá mirar la piedra de la misma manera). Y ese escultor no comercial cogerá sólo la piedra que realmente necesite, la suficiente para realizar su obra, la obra que quiere ver, no más.

Javier Ecora dijo...

De todas formas el trabajo alienado (el trabajo hecho sólo por la remuneración) podría no ser tan degradante si al menos se preservara la voluntariedad en el grado de entrega y el tiempo de dedicación, si se recuperara la noción de ser dueño del propio trabajo y de la propia entrega, perdida con los cercamientos y el paso al trabajo forzado, es decir, si no existiera el chantaje de la pobreza.
La necesidad no es lo único que mueve a trabajar. La moda, el estatus, el poder o un deseo de ampliar las propias posibilidades económicas (sea por inmadurez o con un fin ulterior) también motivan fuertemente el trabajo. Quien puede coger excedencias porque gana más que suficiente y porque su convenio lo permite no siempre lo hace. De hecho no es lo habitual. El trabajo remunerado permite acceder a bienes y servicios no básicos que uno no puede producir por sí mismo (porque requieren especialización, agregación de partes y división del trabajo). Pero lo que impide que esto sea una opción intermedia razonable, (ni trabajo voluntario-valorado, ni trabajo degradante) es que ese trabajo motivado por la remuneración sea forzado. [Miedo, mito y energía: http://ecorablog.blogspot.com.es/2012/12/miedo-mito-y-energia.html ]

Uno está forzado a buscar más dinero, más ampliación de posibilidades económicas de lo que realmente sería necesario para vivir sin miseria; otros se ven obligados a servirte, (no lo hacen en la medida en que deciden entregarse para ganar algo más que lo necesario); y todos trabajamos y producimos más allá de lo que necesitamos y más allá de lo que puede soportar el ecosistema.

Una garantía de subsistencia, (una renta básica que supla la ausencia de acceso a los ancestrales bienes comunes), permitiría añadir racionalidad a nuestra actividad, (se haga por dinero o como voluntario). Pero antes hay que entender que la racionalidad no tiene nada que ver con la racionalización que somete la actividad al valor mesurable mediante dinero sino que está relacionada con la razón, con la capacidad de reflexionar y elaborar nuestros valores. Trabajaríamos en la medida en que uno realmente lo valorase.

Dubitador dijo...

Me ha venido muy bien esta respuesta tuya, pues amplia el horizonte.

Opino que la autoexplotacion del presunto autonomo está implicita en la concepcion servil del trabajo.

El padre peregrino norteamericano que se posesionaba de un trozo de tierra arrebatado a los indios se ponia a trabajar de sol a sol porque su fe le decia que es la divinidad quien decide si la cosecha prospera y la iba a poder vender, asi que lo esencial era mostrar sumision a traves de la plegaria laboral, sometiendo el cuerpo y la mente a la ascesis del trabajo entregado y obsesivo.

Sin embargo no creo que la etica calvinista haya tenido significativa influencia en la psicosis laboral/productiva del capitalista. Es cierto que encaja muy bien, pero sospecho que ha resultado mas decisiva la implantacion de una escasez artificial, derivada del endeudamiento basado en el credito, de modo que puedes ser materialmente rico pero psicologicamente estas atrapado por las deudas, pues debes mas de lo que tienes y por ello la ruina instantanea es una posibilidad cierta, incluso frecuente.

El patron y sus asalariados son entonces pobres en espiritu, que no de espiritu, y es la miseria moral del patron, del rico que cree amenazada su prosperidad, lo que informa el proceder mezquino y explotador sobre el asalariado.

Asi pues no seria la existencia de direccion o jefatura lo que instituye el servilismo laboral, sino el titulo por el que se ejerce mando y se rinde sumision al mando. Cuando se cabe elegir no someterte, puede que el mando pase a ejercerse de un modo mas participado por la ejemplaridad y la negociacion, donde el jefe ya no es un dominador sino un colaborador en el logro de un objetivo comun.

Bajo una Renta Basica, la propiedad no otorgaria el mando ni predeterminaria el premio, la competencia, el merito y el esfuerzo podrian entonces devenir en autentico criterio.











Javier Ecora dijo...

Sí, creo que esa es la clave. En ausencia de chantaje y con libertad para elegir el grado de dedicación cambiarían profundamente las relaciones laborales, (sin necesidad de que esas desaparecieran aunque consideremos mejor la conformidad con una suficiencia económica y una dedicación voluntaria basada en el desarrollo autónomo).

Esa forma de cooperación social (dotarnos de una garantía de suficiencia económica para todos) también haría posible establecer límites ecológicos a los modos de producir o a la cantidad asumible de manera que nos mantuviéramos dentro de parámetros sostenibles. El crecimiento (o su ausencia) sería un resultado secundario, un índice prescindible, quizá anecdótico. Sin que la economía hubiera crecido nada en un año dado, (o incluso habiendo decrecido), podríamos haber mejorado todos mucho. Habríamos hecho sólo lo que nos hubiera parecido bien dentro de lo sostenible.