10 abr 2011

Sangre, sudor, lágrimas y evasión fiscal

Si alguien siente que en un pasado cercano ha sido de algún modo cómplice de este sistema económico injusto, (digamos que por su forma de consumir, trabajar o invertir sus ahorros), quizá sea en vano. A pesar del progreso técnico y del aumento de recursos, una inseguridad económica creciente sirve de chantaje para que actuemos de un modo muy concreto, por la cuenta que nos tiene. Con la disculpa de la competitividad, la mayoría vivimos vidas laborales flexibles en un entorno de protección social decreciente. De modo que quedamos obligados a intentar autoprotegernos competitivamente, a estar en sintonía con las reglas de un juego que no controlamos. Ahí está, a modo de ejemplo, la llamada psicología industrial para medir esa “sintonía” en las entrevistas de trabajo o continuamente en el seno de la empresa: debemos cuidar nuestra “empleabilidad”, (no sólo nuestras aptitudes sino también nuestra actitud). ¿Pero quién crea las “reglas del juego”? ¿Quiénes patrocinan el “juego”? ¿De dónde surgen estas condiciones que determinan las posibilidades de nuestra vida? ¿Cómo se diseñan, ya desde la escuela, los currículos posibles? Los premios y los castigos son reales en función del grado en que uno se implique en el llamado “capitalismo popular”, pero ¿en manos de quiénes ha quedado este sistema social de refuerzos? En definitiva ¿quiénes velan por que no desaparezca la inseguridad económica con la que podemos ser controlados?

Aunque casi todos tengamos parte en los efectos de nuestro sistema económico y social, en realidad hay unos responsables que lo han organizado y administrado premeditadamente. Ellos son los que se benefician tanto de las burbujas como de las crisis, tanto del desastre climático como de los desafueros humanitarios. Ellos son los que siempre han tenido la información completa, y los que no se han desentendido de la política sino que en lugar de ello, utilizan una enorme cantidad de recursos para financiar lobbies de presión política mientras aconsejan a los demás, como hacía Franco, no meterse en política. Son los que sostienen un ejército de tecnócratas que transitan entre lo académico, las empresas, la política y los medios de comunicación de masas, y que ahora nos piden trabajar más y cobrar menos, más flexibilidad laboral, menos protección frente al paro, menos pensiones, recortes en la sanidad y en la educación públicas, etc. Y no se trata de una conspiración oculta sino de una confabulación descarada y publicitada hasta venderse como “lo normal”. Incluso hemos podido leer a algún analista económico que en la crisis actual los políticos deberían emular a Churchill cuando pidió a su población “sangre, sudor y lágrimas”, a pesar de que se ha reconocido públicamente que el origen de la crisis está en la especulación llevada a cabo por los bancos y su competición, ciega a todo lo que no sea su propio crecimiento. Y siguen en ello.

Nos dicen, como si no hubieran perdido su credibilidad, que esos sacrificios que se nos imponen acabarán creando crecimiento y empleo, (la zanahoria del burro hambriento que ha de tirar sin fin y sin calmar el hambre). Y aun suponiendo que dicho empleo llegara ¿de qué van a vivir entre tanto los que permanezcan en el paro? Si durante mucho tiempo no va a haber empleo para todos, ¿cómo se nos va a exigir a todos que encontremos uno para subsistir? ¿El estado como regulador de la economía no tiene acaso responsabilidad sobre la subsistencia de todos los ciudadanos? ¿Lo de pedir sangre, sudor y lágrimas sale en alguna fórmula matemática? ¿No es una opinión política camuflada entre tecnicismos? ¿No será menos sacrificado que algunos privilegiados sigan viviendo bien con la mitad de rentas en lugar de "sudar, sangrar y llorar" todos los demás?

"El dinero" - Frantisek Kupka - 1902
El historiador argentino Daniel Muchnik escribió en 1999 el libro Negocios son negocios . Los empresarios que financiaron el ascenso de Hitler al poder. No es el único que ha estudiado este asunto. Incluso hay confesiones: el industrial alemán Fritz Thyssen escribió Yo pagué a Hitler, en 1941. Todo el mundo ha visto muchas películas en las que los aliados liberan al mundo del nazismo, pero no es tan conocido el papel que los grandes capitalistas, también de los países aliados, jugaron en la financiación del partido nazi. Hitler, por ejemplo, consultaba al industrial alemán Krupp sus decisiones más importantes antes de tomarlas. Los industriales y las grandes fortunas, sí, también de Inglaterra, (Imperial Chemistry Industries y Shell), y de Estados Unidos, (Ford, General Motors, Dupont, Chase Manhatan Bank, Texaco y la Standard Oil de la familia Rockefeller), veían en Hitler y en el partido nazi un medio para combatir los movimientos sociales de izquierda. Más aún, durante la propia guerra, Ford y General Motors seguían haciendo negocios con Hitler, (vía banca suiza), y los soldados que desembarcaron en Normandía se sorprendieron de que los alemanes lucharan con vehículos de estas marcas.  En este artículo de la Wikipedia podemos leer que “Hitler colgó la foto de Ford en la pared, y basó varias secciones de Mein Kampf en sus escritos: es más, Ford es el único estadounidense mencionado en su libro. Probablemente se puede decir, tal y como lo hace Lacey, que «ningún estadounidense contribuyó tanto al nazismo como Henry Ford». En 1938 el cónsul alemán en Cleveland otorgó a Ford la condecoración de la Gran cruz del Águila, la condecoración más alta que la Alemania Nazi podía otorgar a un extranjero, mientras que James D. Mooney, vicepresidente de operaciones transoceánicas de la General Motors, recibía una medalla menor, la Cruz del Mérito del Águila, Primera Clase”. Entre tanto, en las fábricas de Ford en Colonia y Berlín trabajaban “indigentes confinados tras alambre de espino”, tal y como contaron los soldados americanos que entraron en Alemania. (Ver este artículo del Washington Post). Esto es “sólo” un ejemplo de ese apadrinamiento capitalista de Hitler. Años antes Churchill había declarado que el régimen fascista de Benito Mussolini había "rendido un servicio al mundo, pues había enseñado cómo se combaten la fuerzas de la subversión". La política de apaciguamiento con Hitler promovida por Chamberlain, (con notable desprecio hacia una república española cruelmente asediada), no buscaba sólo evitar el enfrentamiento con Hitler sino también mantenerle como barrera de contención contra los movimientos revolucionarios. Luego al gran capital el fascismo se le fue de las manos y Churchill, para arengar a su pueblo ante la guerra, tomó prestada una frase de Theodore Roosevelt: "No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor". Hoy día a los grandes capitales no les han hecho falta fascismo ni revoluciones para que se nos pida lo mismo.

El triunfo actual del gran capital ha sido allanado por tecnócratas formales y aparentes que viven de este sistema social e inundan los medios de comunicación con sus cálculos para el crecimiento de los beneficios. La sociedad entera gira en torno a estos cálculos del crecimiento medio. Pero la economía es una ciencia sólo a partir de unos supuestos políticos: las fórmulas sólo determinan la manera óptima de funcionar dentro de unos límites y unos objetivos. Y estos los fija la política, en función de los principios o de los intereses que se quieran favorecer. No es lo mismo buscar el crecimiento medio que el crecimiento económico de todos, o la estabilidad económica, o en su caso, el decrecimiento. La política determina qué límites ambientales nos exigimos, qué grado de equidad o de desigualdad nos parece aceptable, qué sector se ha de favorecer o qué consumo se ha de retraer, y cómo se deben financiar los recursos públicos que se consideren necesarios. Preocupémonos pues de la política, que es donde está el origen; la política que controlan las multinacionales con sus lobbies en lugar de los ciudadanos; la política que creó y todavía tolera, por ejemplo, los bancos de inversión, que no son la causa de la crisis sino el medio del que algunos se han servido en las épocas de auge para enriquecerse y ahora para exigir reformas legales a su favor. La política que decide cosas como que los beneficios de especular en bolsa a corto plazo creando burbujas de precios deben gravarse menos que los trabajos cualificados que aportan valor a la economía real. La política que permite que las mayores empresas acaben pagando sólo un 10% de impuestos en España. (Ver artículos (1) (2) (3)). En definitiva, la política que actualmente está regulando la inseguridad económica de la sociedad a instancias de “los mercados”, (entre otras cosas para que los seguros privados puedan vendernos lo que ya llaman su “protección financiera” contra esta inseguridad, en forma de planes de pensiones, seguros de vida, seguros médicos, etc.)

Los capitalistas no ven admisible que se limite el crecimiento de sus beneficios. No ven ningún daño social en ese crecimiento permanente. Pero no ven tolerable que los salarios participen de esos beneficios o que crezcan si quiera lo mismo que la inflación. Eso les parece el colmo de los males económicos. Para su propia economía, claro. La población puede sufrir mientras los datos que les importan indiquen crecimiento. Pero los beneficios no serían posibles sin la aportación del trabajo, sin la aportación de las infraestructuras públicas o sin el “valor añadido” por la educación y la sanidad otorgada a la población con el dinero público. Tampoco serían posibles esos beneficios sin las innovaciones del pasado, de las que se sirven los empresarios actuales y a las que contribuyó el trabajo y la creatividad de muchas generaciones de trabajadores y que ya son propiedad colectiva. Sin embargo, desde sus potentes medios de comunicación se demoniza cualquier forma de compensación por todo este valor del que se aprovechan. ¿Quién decide esta diferencia de trato para los ingresos de unos y otros? ¿Quién decide qué resultados son aceptables para la economía?

"Se aprovechan" - Francisco de Goya - 1863
En La doctrina del Shock, Naomi Klein ha explicado cómo los lobbies políticos del neoliberalismo han aprovechado la conmoción ciudadana causada por los desastres naturales, o por las guerras y los golpes de estado que ellos mismos promovieron, con el fin de cambiar las leyes a su favor. Así ha ocurrido desde el Chile de Pinochet hasta el desastre del huracán Katrina pasando por las guerras de las últimas décadas. Verdadera sangre y verdaderas lágrimas bien aprovechadas por quienes las esperan con fruición o las provocan. Actualmente, en muchos estados como España, la propia crisis económica está actuando como desastre creador de confusión en cuyo río revuelto están ganando los pescadores de políticas patrocinadas por el gran capital.

Que no debamos sentirnos cómplices no quiere decir que no tengamos responsabilidad. La tenemos en la medida en que tenemos la posibilidad de aportar cambios uniendo voluntades. A pesar de los errores individuales de una población que ha asumido el objetivo personal del crecimiento material competitivo, los verdaderos promotores del desastre económico están saliendo indemnes o incluso reforzados de esta crisis que sufrimos los demás. Todos podemos mejorar mucho en nuestras opciones particulares, pero sobre todo debemos valorar mejor el bien público que es nuestra organización social, su realidad y sus poder; concienciarnos de que es un poder que debemos gestionar desde la reflexión individual responsable y participativa, desde la conciencia política. Porque es en la determinación de “las reglas del juego” donde está el principal origen de los problemas. Podemos y debemos ser condicionantes de la organización económica y social.

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