31 dic 2013

Adaptación económica, derechos y Renta Básica

A la hora de abordar las múltiples crisis que nos afectan, el pensamiento económico convencional, dependiente de quienes no quieren cambiar nada básico, nos deja sumidos en una complejidad artificiosa, como en un dilema de concurso: resuelva usted este lío con sólo estos datos y sin tocar nada más que estas variables. Pero no estamos ante un juego. Mientras se busca la cuadratura del círculo, cada vez más personas sufren penuria y dependencia económica. En las últimas décadas la desigualdad ha crecido enormemente, y sin embargo los enfoques convencionales parecen intentar eludir una idea esencial: la
   Redistribución de la Riqueza.

Para empezar, no se distingue adecuadamente entre las dos dimensiones de toda crisis:
una es su contenido y la otra sus consecuencias. Una cosa es la crisis económica y otra es la crisis humanitaria a la que parece conducirnos la primera.
Las posibilidades económicas pueden depender de factores difícilmente controlables una vez surgido el problema,
ya sea un desastre natural sorpresivo o algo provocado por nosotros, como el agotamiento de los recursos naturales con el consiguiente encarecimiento de los mismos, los propios ciclos inherentes al mercado libre, (Kondrátiev, Minsky), la ausencia de recursos públicos o de bienes comunes que compensen esos ciclos, la apuesta por un modelo económico ingobernable, una estafa masiva y legal, o simplemente errores de planteamiento aceptados por todos y que nos pueden meter en callejones sin salida.
Por contra, el alcance de los daños sí es controlable y dependerá de cómo reaccionemos al problema o de qué prioridades establezcamos.
El debate no es técnico sino político: quién paga los platos rotos, qué intereses salen perjudicados y cuáles no, o (abriendo el foco a toda la sociedad) decidir si renunciamos a lo superfluo y al lujo o si en cambio renunciamos a la suficiencia compartida aceptando con ello todos los males propios de la desigualdad extrema ⇒.

En resumen, una cosa es el problema, y otra muy distinta la forma de adaptarnos al mismo.
En la actualidad optamos por no adaptarnos.
Nada básico ha cambiado a pesar de la grandilocuentes declaraciones de 2008: Alan Greenspan reconociendo el fallo de su ideolgía ⇒, o Sarkozy liderando al G20 para “refundar el capitalismo” o para declarar la guerra a los paraísos fiscales... En general hemos huido hacia adelante profundizando más en el mismo modelo que ha provocado esta situación.
Y tampoco se ha hecho nada por evitar que paguen las consecuencias los más vulnerables y quienes menos responsabilidad tuvieron en el origen de la crisis financiera.

Pero la crisis económica no es el único problema que nos afecta. Tenemos un problema estructural en el desempleo; tenemos una crisis ambiental ⇒ sin precedentes; la participación política para decidir sobre asuntos concretos se vuelve imposible, y cuando se da, resulta inútil en nuestras desvirtuadas democracias; los salarios pierden su valor y hasta su sentido ⇒; la acumulación capitalista se lleva a cabo mediante la destrucción cada vez más amplia de bienes comunes y mediante la acaparación de servicios públicos; las ideologías parecen momias ante un relativismo paradójicamente dogmático…
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Por ello
necesitamos reorganizar y redistribuir múltiples magnitudes sociales:
                                                                                                       trabajo,
                                                                                          capacidad económica,
                                participación política,
flujo del stock de materiales del planeta.

Establecer un sistema en el que la redistribución de estas variables fuera continua y mantuviera los equilibrios sociales y ambientales supondría un cambio de modelo económico hacia otro basado en
        más y mejores servicios públicos,
un empleo mejor compartido
y una mejor valoración del mismo frente a los dividendos y los intereses,
     límite a la riqueza privada , que manipula la democracia y los mercados,
                
una base económica igual para todos y

                            una  economía circular , sin huella ecológica.

Todo esto nos aportaría una mayor resiliencia y una garantía de futuro.
Pero este cambio de modelo no se hace de la noche a la mañana, y en general ni siquiera se ha tomado conciencia de la dirección a seguir. Sin embargo, sí hay formas rápidas y fáciles de impedir lo peor del sistema actual y de soslayar las mayores dificultades del cambio necesario.

Resultados de la recogida de firmas,
nota de prensa, nueva recogida 
de firmas y fundación de UBIE.

Una de ellas es la posibilidad de establecer una Renta Básica, una medida con sentido propio pero que también puede ser entendida como mecanismo de adaptación social hacia el nuevo modelo económico. Al aprovechar los mecanismos de la configuración económica actual, (dinero, hacienda y demanda en el mercado), la Renta Básica resultaría una herramienta clave para hacer posible la transición hacia un sistema resiliente pero que llevará tiempo implementar, con las dificultades de toda reconversión. Nada impide que los recursos necesarios para establecer esta renta se gestionen mediante los impuestos y las instituciones de las que ya disponemos.
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La progresividad fiscal debe ser flexible para adaptarse en todo momento a una suficiencia compartida y a la exigencia de modelos de producción realmente sostenibles.

En la actualidad hacemos lo contrario y convertimos en flexible la suficiencia económica de los individuos así como la propia sostenibilidad del modelo -una locura- en lugar de flexibilizar la redistribución de la riqueza.


Este reequilibrio económico debería ser prioritario aunque tuviera que pagar más todo aquel que tenga una fuente de ingresos -no sólo los ricos-, pero basta mirar la pirámide de la desigualdad ⇒ para saber por dónde se debe empezar. La primera redistribución ha de afectar a los patrimonios. Actualmente
la riqueza privada parece incuestionable mientras observamos el derrumbe de todo lo demás preguntándonos cómo arreglarlo sin redistribuir aquella.
Mucho se teme por los “incentivos” para sentir la necesidad de entregarse al trabajo, pero ¿qué incentivo tiene quien vive en la exclusividad de la riqueza para pensar en el bien común o en el destino del resto de la humanidad? ¿Y cómo usará su excesivo poder inmerso en la lógica egoísta del mercado, inmerso en la competencia entre capitales?

Hay que denunciar la  ⇑  ‘evaporación’  ⇑  de la riqueza que necesitamos para hacer posible un cambio de nuestro modelo productivo sin dejar a nadie descolgado. La productividad laboral no deja de aumentar y cada vez hace falta menos empleo para producir lo necesario. Si los sueldos suficientes dejan de ser accesibles porque el trabajo no se reparte sin merma salarial, o se buscan formas paralelas de redistribuir la riqueza o nos conducimos a un colapso social. La Renta Básica sería una forma sencilla de llevar a cabo esa redistribución, ‘nutriendo’ precisamente a quienes no van a especular con ese flujo ni van a evadir el dinero, porque tienen necesidades sin cubrir. Ese dinero circulará entre los ciudadanos y las empresas radicadas en su entorno. Y es un método tan sencillo y directo que deja en evidencia las argumentaciones técnicas utilizadas para justificar la exclusión social y cualquier forma de producción insostenible con tal de que cree algún empleo.

La gestión económica de la sociedad debe entenderse como una cooperativa ⇒
de la que todos formamos parte, de la que todos tenemos derecho a cobrar,
y que, antes que nada, debe
cuidar la vida misma.


En algunos lugares existe o se está planteando la posibilidad de establecer un subsidio de garantía para quien caiga en la pobreza. En realidad es técnicamente más sencillo establecer una Renta Básica, (un ingreso incondicional para todo el mundo, como derecho subjetivo, se tenga trabajo o no, se tenga lo que se tenga), porque esta no requiere inspección y control. Y el dinero necesario no tiene por qué dispararse, como parece inferirse de una primera aproximación a la idea de pagar una renta a todo el mundo, porque sería fácil recuperar ese dinero vía impuestos entre quienes menos lo necesitaban. ¿Y entonces cuál es el sentido de pagarla también a quien no la necesita si luego vamos a recuperar este dinero? ¿Cuál es el sentido de mantener ese constante flujo económico de ida y vuelta?
 
Hay dos razones.
La primera es la mencionada sencillez de un procedimiento que no requiere gasto ni trabajo de inspección añadidos, (con todos los errores administrativos que puede conllevar esa dificultad, incurriendo en crueldades kafkianas), sino que su regulación se serviría de una institución pública y un método del que ya disponemos: hacienda y los tributos.
Pero más importante es la segunda razón. Que ese cobro se considere un derecho subjetivo, exigible ante la ley, y accesible en todo momento, implica reconocer la
dignidad humana
por encima de cualquier otra consideración como pueda ser la coyuntura económica o la posibilidad de crear empleo público a corto plazo, o la posibilidad de repartir el trabajo disponible con la suficiente agilidad como para no condenar a nadie a una exclusión innecesaria.

Movimiento Contra el Paro y la Precariedad
Pensemos en la consecuencia de no reconocer este derecho básico: la falta de libertad frente al chantaje y el abuso de unas personas por parte de otras. Se puede hacer una larga lista de crueldades basadas en el desamparo económico. Cuando la cuantía es eso, ‘básica’, este cobro no desincentiva nada pero permite salir de situaciones de abuso ante las que uno puede optar por lo básico mientras busca otra cosa. Situaciones de maltrato doméstico, trata de personas, dificultad para desvincularse de la delincuencia organizada, necesidad de delinquir para subsistir, o simplemente la imposibilidad de reaccionar ante abusos laborales o diversas formas de acoso a causa de la miseria
 a la que se ve abocado quien quiera abandonar esa dependencia.

Se puede teorizar sobre lo ideal que sería que todo eso se pudiera resolver de otro modo, (denuncias, la acción del estado o de la justicia, la acción sindical, etc.), pero sabemos que en la práctica esto tiene muchas limitaciones y la realidad es que las personas se ven desamparadas ante situaciones crueles que se sirven de diferencias de fuerza o de poder económico. Aunque no hubiera limitaciones presupuestarias para que la administración entrase en todos los problemas de este tipo, a menudo es imposible desvelar las situaciones de abuso y de sumisión, y por ello es necesario disponer de herramientas que empoderen a todas las personas, especialmente a las más débiles, de modo que puedan liberarse del abuso por sí mismas. Es necesario que exista una ayuda institucional -social- que consista en otorgar autonomía a las personas para que puedan optar en todo momento por un cambio de su situación. Es necesario repartir la libertad.

Para entender esta dificultad que a menudo
impide la acción efectiva de la justicia hace falta apelar a la psicología, tan inasible para la burocracia. Los expertos suelen insistir en que, en las situaciones de acoso, lo más importante es que el acosado lo revele, lo denuncie y lo haga público, precisamente porque con frecuencia esa es la mayor dificultad para salir del chantaje. Las situaciones de abuso pueden prolongarse sin amparo posible, cosa que se evitaría si en todo momento se tuviera
 libre acceso a una autonomía básica
Es algo muy evidente y continuamente reiterado para el caso del maltrato doméstico. Las muertes por este motivo a menudo sorprenden incluso a quienes conocían a las parejas. ¿Cuántos casos no salen a la luz por no llegar a ese extremo y simplemente se eternizan en la intimidad? ¿Y cuántas de esas personas podrían rechazar libremente a sus acosadores y rehacer su vida en otras circunstancias si una dependencia económica radical no se lo impidiera? Este no será el único motivo para permanecer bajo esa violencia ni esa violencia es el único motivo por el que una persona puede necesitar rehacer su vida, pero sin duda esa falta de base económica supone una vulnerabilidad estructural que facilita todo tipo de abusos y que otorga privilegios precisamente a quienes ya tienen alguna clase de superioridad sobre los demás.

De modo que una Renta Básica como derecho subjetivo tendría una finalidad y un sentido propios que no pueden aportar los servicios públicos.
Por un lado se constituiría como un fundamento esencial para el resto de libertades cívicas reconocidas en los Derechos Humanos. Se acabaría, con el chantaje esclavista y con la falta de libertad personal debida a la represión económica.
Por otro lado aportaría adaptabilidad social para poder aplicar los cambios que necesita nuestro funcionamiento económico. Con ella quedaría anulada la posibilidad de la exclusión social, en lugar de tener la eliminación de la pobreza extrema como objetivo permanente nunca resuelto, dependiente de otras magnitudes menos manejables, (empleo, crecimiento, etc.).

Estamos hablando de mínimos que garanticen algunos derechos humanos. Se trata de ser menos vulnerables. Nadie se conforma sólo con eso. ¿Es mejor el cruel desamparo con tal de evitar la posibilidad de que alguno quizá quiera conformarse? Eso se llama represión económica, y puede ser ejercida tanto por la derecha como por la izquierda (o por el centro). Porque ambas pueden considerarnos simples medios, valorándonos desde arriba y desde una lógica instrumental. Cuando la concentración de la riqueza de quienes pueden vivir de las rentas sin dar un palo al agua no ha dejado de crecer en las últimas décadas, con o sin crisis, ¿con qué argumento se puede negar esta subsistencia básica, este derecho a existir?

Unas buenas condiciones de partida mejoran las posibilidades de todo individuo, como bien sabe quien se ha criado en una familia pudiente, o como muestran, por ejemplo, los resultados académicos de los países que más invierten en educación gratuita. Y
las posibilidades de la sociedad que entre todos constituimos
dependen de las condiciones de partida comunes.
Una garantía básica para la subsistencia incentiva, además, todo tipo emprendimiento humano al liberarlo del paralizante miedo. La inquietud y la ambición es inherente a la condición humana -amenudo en exceso- y sólo el miedo, la represión o la falta de posibilidades la anulan. En contra de lo que suelen pensar los fanáticos de los “estímulos” laborales, la redistribución de la riqueza tendría un efecto de estímulo sobre la actividad económica, por esas condiciones mejoradas y por nutrir la demanda privada. Pero lo más importante es que nos permitiría no ser tan dependientes del crecimiento económico hasta el extremo de aceptar lo insostenible con tal de crear un puesto de trabajo más.

El rescate que hace falta es el ciudadano.
El árbol devuelve sus frutos
a la tierra que lo sostiene.
Y el enfoque para llevar a cabo esto no es sólo económico sino interdisciplinar, incluyendo un cambio de valores. Hay que repudiar el desprecio a la condición humana que supone ese temor a la parálisis en caso de que no nos viéramos amenazados por la pobreza. ¿Cuánto trabajo se desempeña de forma voluntaria en multitud de ONGs (a menudo añadiéndolo al realizado en la jornada laboral)? ¿Y no merece alguna valoración económica todo el trabajo extralaboral que sostiene la vida misma y por tanto también nutre al sistema productivo? 


No podremos salir de esta encrucijada y apostar por la redistribución de la riqueza sin abandonar la ética cicatera que nos lleva a tolerar el desamparo más cruel ante la posibilidad de que alguien subsista sin pedirle un sacrificio a cambio, incluso cuando este no sea posible dada la falta de empleo. Y no podremos abandonar esa visión cicatera sin antes asumir que el trabajo y la producción no son valores por sí mismos sino que dependen de cómo y para qué se produzca. Necesitamos entender que el trabajo y la producción pueden ser lo contrario, un gran esfuerzo dedicado a deteriorar el planeta y la convivencia ⇒ como en una fanática guerra. Ninguna crisis ha empezado por falta de disposición al trabajo. Ganas de trabajar no es lo que falta en el mundo. En todo caso sobra precisamente ambición económica ⇒, exceso de pretensiones, afán de poder, y lo que falta es cierta conformidad material y más pensamiento.
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Sobre Renta Básica:

  • Una buena introducción al tema a cargo de Daniel Raventós:

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Renta Básica. La Película. (Subtítulos en español)

22 de marzo de 2014 en Madrid: