15 mar 2013

El divorcio del capital

Fuente: Zenzi.org
rase una vez una familia en la que todos sus miembros trabajaban en una pequeña fábrica de zapatos de su propiedad en la antigua región de Piecorvo . El negocio familiar había prosperado con el abandono de la vieja costumbre de caminar descalzos. Todo el mundo vio el nuevo hábito como un avance que les hizo la vida más cómoda y ligera, echando al olvido afecciones de los pies que habían sido comunes entre sus antepasados. Sin embargo, con el tiempo, empezaron a proliferar otras dolencias, ahora relacionadas con el uso de calzado. Resultó que el diseño de los zapatos era inapropiado para el tipo de pies que predominaba en el lugar.

Poco a poco la población fue tomando conciencia del problema y de su origen. Quienes podían permitírselo empezaron a utilizar calzado importado, con otro diseño menos dañino. Los más mañosos empezaron a fabricarse zapatos alternativos y a compartir su diseño aunque con muchas limitaciones al principio. E incluso algunos optaron por volver a la “tradición” de andar descalzos. A causa de este paulatino cambio de tendencia, la familia de los zapateros vio declinar su negocio y empezaron las deliberaciones. El hijo mayor expuso su punto de vista al patriarca que era quien llevaba las cuentas y tomaba las decisiones importantes:

- Padre, usted siempre ha administrado nuestros ahorros con prudencia y austeridad. Nos enseñó que no debíamos gastar alegremente estos ahorros, que debíamos mantenernos de la actividad diaria en el taller y seguir ahorrando algo cada mes. Siempre nos ha dicho que algún día estos ahorros podrían ser necesarios, y que por tanto había que preservarlos y administrarlos para que rentasen aún más. Pues bien, creo que ya ha llegado el momento en que es necesario hacer uso de ellos. El negocio languidece y necesitamos invertirlos en cambiar toda la maquinaria para poder fabricar ese tipo de zapato más sano que la población está empezando a demandar. De lo contrario, nos irá cada vez peor y acabaremos arruinados.

El padre frunció el ceño adoptando un aire ofendido y moralista, y contestó al hijo de modo que este se sintió culpable por haber cuestionando su visión y su autoridad:

- No busques excusas para justificar vuestro mal trabajo. No vendéis lo suficiente porque no os esforzáis lo suficiente. Os habéis acomodado a un horario fijo, no como cuando empezamos con el negocio, y os están comiendo la tostada novatos de otros lares con mejor disposición para el trabajo. ¿Es que ya no creéis en esta empresa? Lo que tenéis que hacer es entregaros más. No pienso dilapidar el capital, que con tanto esmero cuido y hago rentable, sólo porque os apetezca una vida más cómoda. Me paso el día estudiando las noticias económicas y valorando fondos de inversión para sacar más partido al dinero. ¿Creéis que es un divertimento? Yo hago bien mi parte. ¡A ver si tomáis ejemplo!

Los días que sucedieron a este debate fueron bastante extraños para los dos hermanos y la madre, que cargaban con la mayor parte del trabajo en el taller. Hablaron poco. Estaban confundidos y apesadumbrados. No entendían cómo podrían mejorar las ventas sólo con mayor esfuerzo pero no se atrevían a contradecir el criterio del padre. Ni siquiera querían hablar de ello por temor a ser tomados por vagos justificándose.

Pero cuando la penuria empezó a ser evidente, la madre tomó la iniciativa para volver a hablar del asunto en familia durante una cena.

- Esto no puede seguir así -dijo mirando al padre-. Dentro de poco no vamos a tener qué comer si no hacemos uso de los ahorros. Vive Dios que cada día nos esforzamos más. ¡Siempre nos hemos entregado al trabajo! ¿Acaso tu hijo mayor no abandonó los estudios para empezar a trabajar a tiempo completo? Quién sabe qué futuro se habrá perdido por ello. Yo nunca lo tuve claro y lo discutimos, acuérdate. Y ahora el otro. Tendrá que dejar los estudios a pesar de que cada vez tenemos menos labor en el taller, ¡pero ahora porque no vamos a poder pagarle ni los libros! ¿No es absurdo que no utilicemos los ahorros para su formación? ...Y todo ese tiempo trabajando y ahorrando... ¿Acaso no era para tener una vida mejor?

El padre se levantó de su silla con aire grave. Arrojó a la mesa la servilleta que tenía en la mano y dijo, “Tenemos que hablar a solas. Pero hoy no. Estoy cansado”, y se retiró al dormitorio del matrimonio. La madre empezó a recoger la mesa con nerviosismo, como por hacer algo que la distrajese. Los hermanos se miraron en silencio deseando que al final su madre consiguiera hacer entrar en razón al padre, y temiendo que no fuera así.

A la mañana siguiente la madre no apareció por el taller a la hora habitual, después de realizar diversas labores en la casa. Los hijos no dudaron que sus progenitores estarían hablando. El reloj parecía más lento que nunca entre la inquietud y la falta de trabajo. El hermano menor rompió el silencio.

-Ayer mis amigos se manifestaron delante del ayuntamiento. Quieren que los alcaldes de la región se pongan de acuerdo para organizar una fábrica de zapatos sanos, como los importados o mejores, pero el alcalde les dijo que es mejor que seamos los fabricantes de siempre los que nos encarguemos de eso, y que ya lo haremos cuando podamos, que para eso nos bajó los impuestos y nos ayuda en lo que puede. Además los ayuntamientos no tienen dinero suficiente.

Cuando por fin volvieron a casa, encontraron a su madre sentada en una silla, cabizbaja, inexpresiva, con cara de haber llorado o de haber querido hacerlo.

- Vuestro padre se ha ido de casa. Nos ha dejado.   

(...)

- Seamos fuertes -dijo el hermano mayor después de un rato en el que trató de hablar de los problemas de los matrimonios y de  las familias, intentando consolar a una mujer que no parecía escuchar. Y después abordó el tema del negocio familiar no sin temor a parecer egoísta pero, a la vez, queriendo desviarse de esa conversación que le estaba resultando tan incómoda-. Al menos ahora podremos invertir nuestra parte en el taller y llevarlo a nuestro modo. Porque usted sabe que es necesario invertir, ¿verdad Madre? Y yo no quiero nada para mí. Lo digo para sacar adelante el negocio.

- Se ha llevado el dinero.

(...)

- Sí. Dejad de repetirlo. Ya sé que parece increíble pero es cierto. Tendréis que asumirlo. Vuestro padre nos ha dejado y se ha llevado el dinero. Y no, no es posible reclamárselo legalmente. Al parecer los hombres de negocios de la región, ya sabéis lo bien que se llevan con los alcaldes, han conseguido leyes que les permiten trasladar el dinero a otras regiones. Allí no valen nuestras normas. De nada sirve que ante un divorcio se deban repartir los bienes familiares. Es como si no existiera ese dinero. Y tampoco estas normas.

Fin

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No todas las historias terminan bien. De hecho quizá las películas con final feliz gustan precisamente porque muestran lo excepcional. Sólo unos pocos pueden ganar en el mercado, y esas son las historias que te resaltarán para que creas que siempre es posible ganar. La realidad es que siempre es seguro que muchos más perderán.

Nuestro modelo productivo, que ni siquiera en su mejor momento nos trajo un buen vivir, ahora languidece ante el fin de una construcción sobredimensionada y ante el agotamiento de una maquinaria obsoleta y perjudicial para nuestra salud, dependiente de un petróleo que calienta el planeta y en declive irreversible. Y frente esta perspectiva decadente, no parece posible invertir en renovar la maquinaria, (en hacerla “renovable”), generando de paso empleos con valor. No digamos ya si lo que planteamos es compartir lo necesario para poder evitar lo excesivo. El dinero acumulado por quienes se encargaron de su gestión mayorista en nombre de los estados nos ha dejado.

Fuente: Zenzi.org
Sí, es mentira ese mito neoliberal según el cual el ahorro privado se traduce matemáticamente en inversión productiva, empleo y nueva demanda. Tan falso como que el mercado libre orienta el dinero hacia el uso más conveniente para la sociedad. Tan falso como que producir menos deba conducir a la pobreza y deba entenderse como una limitación. El dinero nos ha dejado y vive feliz en su paraíso sin fisco, sin estado, sin salarios, sin familia conocida, ajeno a nuestra naturaleza y a la biosfera de la que dependemos. De hecho ni siquiera se intenta corregir ese “error” macroeconómico: siguen gobernando los lacayos.

¡Ah, qué despiste! Faltaba la última frase del relato:

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El hermano menor, que no parecía tan extrañado, se levantó en silencio, le dio un beso a su madre y se fue a la plaza a buscar a sus amigos.

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Excelente síntesis de Nafeed Ahmed sobre las crisis actuales y su nexo común.





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