22 ago 2011

Asombrosa fuerza

Asombrosa naturaleza. Poderosa fuerza.
Volcanes estallando, expresando el recuerdo de que esto es todo un planeta, arrasando laderas y pompeyas. Lava ardiente sembrando un olvido pavoroso.
Portentosa grieta en el fondo del mar. Placas tectónicas flotando en magma, chocando, terremotos derribando horizontes, maremotos provocando tsunamis sorpresivos, ignorando a los barcos y anegando poblaciones enteras, como un brazo asesino que todo lo coge y lo lleva y lo que no lleva, no lo deja.
Huracanes, trombas, cíclicos tifones aventando miedo entre los hombres que probarán la ira de su giro y la calma mística de su ojo.
Las nubes se desahogan en rayos imposibles que prenden llamas voraces.
Inundaciones, crueles avenidas del agua antes escasa y que ahora ahoga la vida.
Y sequías. Desiertos sobrevenidos donde las grietas del alma se muestran en la tierra, implorando al cielo.
Pero el cielo es negro en el fondo, y gira, y puede arrojarnos una roca tan grande que provoque la extinción de los dinosaurios. ¿O ya ocurrió?
Pavorosa fuerza de la naturaleza.

Pero por encima de todas estas fuerzas, sobresale, imparable, la fuerza transformadora del ser humano.

La fuerza capaz de arrasar con los innumerables peces de todos los mares, hasta su ignoto fondo.
La fuerza depredadora que vence y engulle, más allá de las fieras, la selva entera. Todas las selvas.
La fuerza sigilosa que incendia bosques con eficacia probada. ¡Es la envidia de los rayos!
La fuerza capaz de crear venenos invisibles que dejan vastas zonas de tierra quemada, tierra irradiada para milenios.
La fuerza capaz de fundir los polos para después horadar su suelo y extraer hasta la última gota negra de la sangre de los dinosaurios muertos,
combustible en las corrientes oceánicas, hacia el mundo entero, hacia las costas que se vestirán de negro,
y hacia el aire, hacia el mismo aire que entrará en todos los pulmones y viajará por todos los cuerpos,
gracias a la infinita paciencia de pistones y émbolos; tubos de escape por donde huye algo nuestro.
La fuerza transformadora del ser humano,
¡Capaz de calentar el cielo!
O de borrar de la faz de la tierra montañas que tardaron millones de años en formarse, surgidas del fondo de antiguos océanos.
Capaz, incluso, de enterrar a sus propios hijos en remotas galerías inestables,
para horadar más galerías.
Entre preciosos metales, nuevo aliento sepultado, cuando la mina se cae... cuando la vida se hunde...
Laboriosa naturaleza de las manos. Incombustible labor expandiendo su poder por La Tierra desde los templos de la decisión.
Alguien grita ¡compro!, otro grita ¡vendo!
y en el ínterin de ese acuerdo prometeico, millones de granjeros pierden su tierra.
Se rompe un vínculo que no percibían. Y en algún opulento palacio, un corrupto tirano suelta una carcajada cínica: ya soy un triunfador; ya soy inasible y global como una transferencia a un paraíso fiscal.
¡Compro! ¡Vendo! y las armas vuelan, pesadas y ligeras, a todas las facciones de todas las guerras.
Derivados financieros tienden su juego, cuántico y relativo a un tiempo, desconcertante como una magia que llevara el agua río arriba,
siempre río arriba, ¡qué misterio!
dejando una inmensa sequía entre los sedientos pueblos.
En algún lugar, en un sótano mugriento, alguien aprieta los dientes,
inacabable la jornada esclava, sujeta la mirada.

El ser humano. Luchando por la vida, luchando por la muerte.

Hacia el campo de refugiados.
Hombres que caminan sin nada que llevarse a la boca durante semanas
y se desploman sobre un suelo polvoriento. Extraño el mismo suelo.
El mismo suelo donde se sentaron lentamente sus padres, para no levantarse.
El mismo suelo sobre el que cayeron, livianos, sus hijos,
frágiles miembros, ojos interrogantes y profundos, insondables espejos.
Y esa mujer que sigue andando. A pesar de todo sigue andando.
A pesar de todo sigue amando
al bebé que lleva entre sus brazos, casi inconsciente,
como quien lleva la última llama de vida del planeta, la última esperanza,
hacia el campo de refugiados
más allá del horizonte
No es una distopía épica. Está ocurriendo.
Y ahora podemos verlo a lo grande, en panorámico. Sólo nos falta verlo en 3D, en holograma, en holograma táctil, con temperatura, con olor, con la mismísima definición de la realidad...
Sólo nos falta entenderlo.

Aparecen unos soldados en el camino y los niños se preguntan por qué les apuntan,
qué amenaza representan ellos, o qué vida les pueden arrebatar cuando apenas les queda aliento.
Y se los llevan. Y los niños descubren que sí quedaba vida en ellos, una valiosa vida
en la compañía de las madres que se quedan.
Una valiosa vida que se desangra en la distancia.
Ahora serán niños soldados,
comerán un rancho y serán drogados, adoctrinados y entrenados
para ampliar la poderosa fuerza del exterminio humano.


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