¿Y qué pasa en la política? En este ámbito los resultados de lo que elegimos tienen mucha más importancia y afectan directamente a nuestras condiciones de vida. Sin embargo somos conscientes de la enorme cantidad de dinero que los partidos se gastan en campañas electorales, en los medios de comunicación y en marketing de todo tipo. Y por otro lado, tenemos una ley electoral que favorece precisamente a los partidos que han sacado más votos. (La ley D’Hondt otorga “escaños extra” a los partidos más votados). Con lo cual la deformación de la valoración popular es doble. Para colmo, unas listas cerradas impiden que tengamos algo que decir si quiera entre los candidatos de los grupos elegidos por los financieros. El resultado es un gobierno no representativo. Nos gobierna quien más dinero tiene detrás apoyándole, y además excluyendo o haciendo ridícula la representación de las opciones minoritarias. O lo que es lo mismo, excluyendo a buena parte de la
"El concierto de los partidos" - Paul Klee - 1907 |
En política, como en la música, la calidad hay que buscarla entre los grupos “underground”. (Lo que no quiere decir que en todos los grupos minoritarios haya mejores ideas, o si quiera que todos los minoritarios apoyen la democracia y suscriban sus principios). Los partidos comerciales garantizan una mediocridad obediente a las élites económicas, y una ideología espuria. Quizá incluso cabría plantearse si no tendría sentido una ley electoral que favoreciera de algún modo a los minoritarios para compensar la deformación que produce el marketing. No es que la popularidad en sí sea un problema sino que votamos en una democracia comercial, en la que el dinero distorsiona en origen la dimensión posible de los partidos. Es algo de sobra reconocido. Si no fuese así, ninguna empresa y ningún partido se gastarían dinero en marketing. Además, la posibilidad de obtenerlo prestado, resta independencia de criterio a quienes están dispuestos a obtenerlo de ese modo. Algunas ONG ponen en valor su independencia financiera respecto de grandes poderes públicos y corporativos. No es por capricho. Cualquiera puede entender que esa independencia añade realmente valor y credibilidad a sus posiciones. Los partidos comerciales que nos gobiernan no pueden ser ajenos a la industria que los sostiene.
Una democracia sólo es real si es inclusiva, esto es, si las ideas se ven representadas en la misma proporción en que se dan en la sociedad, y cuando además los individuos tienen acceso a todas las propuestas de modo equivalente. Pero quienes manejan la economía, han ajustado la democracia a la horma de su zapato, no sólo mediante el cabildeo y la corrupción, no sólo por la dependencia económica de los partidos políticos, (cosas que podrían evitarse o limitarse aumentando el voto directo), sino porque el marketing puede distorsionar nuestra percepción de las ideas. Bien podría ocurrir que votando directamente todos todo, volvieran a salir adelante las mismas propuestas políticas que favorecen a una élite económica y esclavizan al resto con el señuelo de poder llegar a formar parte de esa élite. A fin de cuentas no sólo existen partidos comerciales sino también ideas comerciales, ideas patrocinadas que a fuerza de omnipresentes se aceptan con facilidad acrítica. Mientras avanzamos hacia formas de democracia más directas, está bien tener claro cuál es el punto del que partimos, qué “hábitos nocivos” hay que repudiar y por qué. Si el llamado “voto útil” hace inútil la democracia, la docilidad informativa también nos deja en manos de don dinero.
Hoy día tan necesario es redistribuir el poder político como la riqueza. Esto no sólo es de justicia sino que se trata de corresponsabilidad: tener que decidir obliga a hacerse consciente de las problemáticas. Y sabemos que sin una concienciación masiva no será posible un cambio palpable. Pero además es necesario tener en cuenta que la conciencia se nutre de información, y que esta se ve fácilmente distorsionada por el dinero, por lo que se vuelve vital para la democracia redistribuir también el poder informativo. Se ha de terminar el depender exclusivamente de medios de comunicación de masas. Todos podemos ser agentes de la información, (cuidando la calidad y variedad de nuestras fuentes, “editando” y difundiendo lo que aprendemos), cada uno con nuestras limitaciones y errores pero entre todos con un resultado más democrático que si seguimos confiando en los tecnócratas paniaguados que pueblan las facultades de económicas y los grandes medios de comunicación.
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